Gracias a todas

Sinceramente, me veo poco o nada autorizado a dedicar ni tan siquiera unas líneas a una lucha que viene prolongándose durante demasiado tiempo ya. Sí, cada 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, a fin de concienciar sobre la importancia de la igualdad de género y resaltar el papel femenino en la sociedad, pero resulta dramático que, a estas alturas, no podamos afirmar exista igualdad entre hombres y mujeres en el mundo. Triste, muy triste. Resulta evidente que se están dando cada vez más pasos en la dirección correcta acercándonos en todos los terrenos en cuanto a responsabilidad, derechos, deberes o retribuciones. Pero resulta del mismo modo desesperante que aun aplicando distintas y variadas medidas de discriminación positiva, todavía nos hallemos lejos del objetivo final.

Así las cosas, y como hijo, esposo y padre de mujeres, solo puedo pedir perdón y dar las gracias. Perdón por no gritar más alto, por no arrimar lo suficientemente el hombro, por no percibir las diferencias donde las hay, por no dar todo lo que está en mi mano instalado en la comodidad del statu quo y, en definitiva, perdón por no estar a la altura. Ciertamente, hablar de la definitiva consecución de verdadera igualdad entre hombres y mujeres tiene que ver con la adopción de medidas al más alto nivel, con la promulgación de normativa que gire conforme a unos principios que pongan a toda persona en exactamente el mismo plano, a la misma altura, con independencia de su sexo, de su religión o de su forma de pensar. Todos debemos ser efectivamente iguales, ya no solo ante la Ley, sino ante cualquier circunstancia de nuestra vida en sociedad. Pero la igualdad también se debe trabajar día a día, en casa, en el colegio, en la familia y con tu grupo de amigos. Labor coral como pocas. Todos tenemos nuestra importante cuota de responsabilidad. Tenemos la obligación de poner nuestro pequeño granito de arena para que cada día sintamos más cerca esa igualdad efectiva en todos los ámbitos, sin discusión, sin ambages. Y por mucho que creamos poder afirmar que en los círculos en los que nos solemos mover no se dan circunstancias discriminatorias o conductas machistas, siempre hay que mantenerse alerta. Nadie queda al margen de esta situación. Valga como ejemplo el caso de los países nórdicos: cuentan con la normativa más avanzada del mundo en esta materia, implantan y desarrollan políticas para corregir la brecha de género al margen del color del Gobierno de turno, poseen la tasa de empleo de mujeres más alta de la UE y, sin embargo, cuentan con cifras de violencia machista que duplican las de España. Incluso en los países más avanzados siguen trabajando sin descanso, sabedores de que todavía queda mucho por hacer.

Y no me olvido de dar las gracias. Gracias a todas por no dejar nunca de luchar. Gracias a quienes dieron los primeros pasos y a quienes continuáis, sin descanso, este camino que parece no llegar nunca a su fin. Clara Ketkin, destacada activista alemana de finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue una de esas mujeres trabajadoras que luchó abiertamente para que se respetasen sus derechos y quien propuso conmemorar el 8 de marzo el Día de la Mujer Trabajadora. Pero no fue ni mucho menos la primera ni, como por desgracia ha quedado demostrado, la última que ha tenido que combatir por algo que parece tan natural como tener los mismos derechos, las mismas obligaciones y las mismas oportunidades que los hombres. Y es que, como muy bien señaló la política estadounidense Bella Abzug, “la prueba para saber si puedes o no hacer un trabajo no debería ser la organización de tus cromosomas”.

Gracias a todas esas mujeres que sois un ejemplo para todos, con vuestro trabajo diario, extraordinarias profesionales que, aun teniéndolo todo más complicado que cualquier hombre, seguís vuestro camino, imparables, demostrando que no hay más límites que los que cada uno está dispuesto a establecer. Es duro y, por si fuera poco, sabéis que hay que seguir estirando. No obstante, llegará el ansiado momento en que un 8 de marzo, esperemos que no muy lejano, será tan solo y de verdad, un día de celebración, de éxito, porque todos seremos iguales, tendremos las mismas oportunidades y quizás, al fin, se cumplirá aquella magnífica frase de Estella Ramey: “La igualdad llegará cuando una mujer tonta pueda llegar tan lejos como hoy llega un hombre tonto”.

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