El verano es época propicia para el amarilleamiento de la prensa en general. Las redacciones se quedan secas de noticias políticas y la actividad oficial y judicial se reduce, con lo que cuesta horrores rellenar las galeradas. Sin embargo, es un período excelente para hacer una radiografía de la naturaleza humana de los especímenes que nos envuelven y de las contradicciones que evidencian sus comportamientos.
¿A quién cojones le importa lo que haga George Clooney en sus episodios de actividad sexual? Pues se ve que a mucha gente, ya que dos avispadas periodistas (¿?) han escrito un libro, que se apresta a encabezar el top ten de los bestsellers, en el que insisten –una vez más- en afirmar que el apuesto actor norteamericano es gay, que su matrimonio con la no menos atractiva abogada libanesa, Amal Alamuddin, es una tapadera y que, en realidad, el doblemente oscarizado actor tiene un novio peluquero desde hace la tira.
De modo que nos pasamos diez meses al año haciendo campaña para concienciar a la ciudadanía de que ser homosexual, transexual, intersexual o bisexual –incluso asexual- es algo completamente humano y, por tanto, ‘normal’, y luego nos cargamos toda esa pedagogía cuando le otorgamos una importancia capital a saber dónde acostumbra a meterla un tío de Kentucky, solo porque está casado con una señora notable y se dice que aspira a entrar en política a lo grande.
A ver si nos enteramos, Clooney puede hacer en la cama y demás lugares apropiados lo que quiera y con quien quiera mientras no vulnere derechos de nadie, faltaría más. Incluso debería prohibirse que este tipo de ‘revelaciones’ fuera noticia, porque, de lo contrario, se acaba transmitiendo a la plebe el mensaje nada subliminal de que ser homosexual o bisexual y aparentar ante la sociedad ser heterosexual es un pecado, un delito, o mucho peor, una mariconada. Clooney puede elegir vivir su vida como le plazca, sin ni siquiera plantearse si sus vivencias se hallan presas entre los paneles de un armario. Quizás él se sienta cómodo así, incluso siendo un vulgar heterosexual al que se le atribuye no serlo, y no sienta necesidad alguna de salir de un imaginario ropero. Porque el primer presupuesto para consumar una salvajada tal como sacar a alguien de un armario a la fuerza, es que ese alguien esté o, mejor dicho, se sienta dentro, cosa que me temo que el Sr. Clooney no está dispuesto a convertir en objeto de chismorreo de corrala, y bien que hace.
Y no se alarmen, aunque hubiera podido constituir el fundamento para una exitosa comedia de enredo, el peluquero de Hollande, el de los 9.875 euros mensuales, no es el supuesto novio de George Clooney. Al menos, que yo sepa.