Como muy bien dice el refrán “nadie nace enseñado, si no es a llorar”. Efectivamente, todos nosotros necesitamos prepararnos y adquirir las competencias mínimas imprescindibles que hacen posible la realización de prácticamente cualquier tarea o actividad, incluyendo, como no puede ser de otro modo, las que nos permiten desarrollarnos profesionalmente en nuestro entorno laboral. Por poner tan solo un ejemplo, los profesores de nuestra cada vez más prestigiosa y respetada Universitat de les Illes Balears, no solo tenemos que recorrer un serpenteante camino que culmina con la lectura de una tesis doctoral sino que, gracias a la fantástica labor de muy competentes Servicios de la institución, contamos con magníficos cursos de formación continua que, de un modo sencillo y claro, nos permiten adaptarnos a los profundos cambios que van teniendo lugar en el siempre maravilloso ámbito de la docencia, introduciendo nuevas técnicas docentes y dándonos la oportunidad única de trabajar de forma natural con las nuevas herramientas que nos proporcionan los programas informáticos más avanzados. Sí, es solo un ejemplo de lo que la realidad actual nos exige pues, siguiendo la línea argumental apuntada, todos podríamos exponer de manera muy gráfica el conjunto de estudios, habilidades, competencias y conocimientos que se vienen exigiendo para poder optar a un puesto de trabajo en el momento actual. Dicho de otra manera, la formación no es un complemento, no es un opción, sino una obligación.
Y digo todo esto porque ayer mismo tuve el placer de asistir a una ponencia dentro de un conjunto de magníficas charlas que se organizan en el colegio de mis hijos, impartida por el Dr. Alexandre Camacho, pedagogo experto en temas relacionados con la educación y el aprendizaje. Vaya por delante mi más sincera felicitación por esta fantástica iniciativa que ha visto la luz gracias a los esfuerzos de la AMyPA y del propio centro, y cuyo objetivo esencial no es otro que dotar a los progenitores, a las familias, de las mejores herramientas, de la mejor formación para afrontar la más importante de las tareas que, de verdad, estamos destinados a completar en nuestra vida: educar a nuestros hijos. Efectivamente, ya afirmaba con muy buen criterio Nelson Mandela que “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, y no debemos olvidar que las familias jugamos un papel prioritario, esencial y único en ese proceso.
Pues bien, escuchando atentamente la brillante exposición del ponente en cuestión, uno acaba planteándose determinadas cuestiones que no dejan de tener su miga. Por una parte, si todos tenemos tan claro que para hacer algo en la vida, y hacerlo bien, debemos contar con la oportuna formación, ¿por qué razón no recibimos ningún tipo de orientación o pauta profesional en la que sin duda es la tarea más importante que debemos completar en nuestra vida, que no es otra que la educación de esas personitas que hemos decidido traer a este mundo? ¿Cómo es posible que nos conformemos con algunas píldoras formativas, con pequeñas pistas que luego nosotros debemos interpretar, si es que somos capaces, en nuestro atropellado día a día? Y lo que es peor, si somos conscientes de la trascendencia del complejo cometido ¿cómo nos podemos permitir afrontarlo al final de nuestra jornada de trabajo, con las pilas bajo mínimos, con las fuerzas demasiado justas?
Cuando tenemos que presentar una ponencia, una lección magistral, una videoconferencia, una reunión con los directivos de la empresa o una importante comida de negocios, resulta esencial la preparación de cada detalle, estudiamos al milímetro cada palabra y hasta somos capaces de anticipar las preguntas que nos pueden formular. Todo ello porque tenemos la formación y la preparación adecuadas para afrontar el evento. Resulta obvio que no vamos a medir del mismo modo nuestra relación con nuestros hijos; relación en la que, para empezar, entra en juego algo tan difícil de explicar cuando no se es padre o madre, como el amor incondicional. Pero desde luego sí que es exigible, desde el primer minuto, que el tiempo que dediquemos a nuestros pequeños sea de la máxima calidad, con nuestra absoluta implicación y toda la dedicación que merece el mayor tesoro con el que contamos. Sí, no es fácil, obviamente, pero en este caso más que nunca, el esfuerzo merece la pena. Benjamin Franklin dijo: “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involucrarme y lo aprendo.” Observemos a nuestros hijos, descubramos qué necesitan, seamos capaces de comunicarnos, expresemos nuestros sentimientos para que ellos destapen los suyos. Y creamos en ellos, con todas nuestras fuerzas, siempre, pues como bien señala el maestro y educador Joel Artigas, “no hay mejor educador que el que cree en sus alumnos”, y los primeros y más grandes educadores, nunca lo olvidemos, somos nosotros.
En definitiva, es evidente que todos estamos en este mundo por alguna razón. Uno de los retos más maravillosos de nuestra vida consiste precisamente en descubrir ese misterio. Y cada uno tiene que ser capaz de descubrir su secreto. Como bien señala la escritora y oradora estadounidense Louise Hay, “todos somos maestros y alumnos. Pregúntate: ¿qué vine a aprender aquí y qué vine a enseñar?”. En mi caso, tengo claro que nuestro paso ha de dejar huella. No es necesario que sea una huella grande y profunda. Puede ser una huella chiquitita y sutil. Pero algo debemos dejar aquí. Y qué mejor señal que el legado que ponemos en manos de nuestros hijos, proporcionándoles todas las herramientas necesarias para que sean plenamente felices. Efectivamente, algo aparentemente tan sencillo requiere de buena dosis de esfuerzo y grandes sacrificios. Eso sí, cuando logramos cada pequeño éxito, un pequeño avance, una nueva pista y una hermosa clave para redescubrir a nuestros pequeños tesoros, todo cobra sentido, es algo único, maravilloso, algo…mágico.