Font, Álvarez-Cascos y Asunción: el sistema dice basta

La tiranía de la 'partitocracia' ha vivido esta semana uno de sus episodios más reveladores, con la salida del PP de Francisco Álvarez-Cascos, después de ser su secretario general durante diez años (1989-99), y con la rebelión de Antonio Asunción, ministro del interior socialista durante seis meses entre 1993 y 1994, y con más de 30 años de militancia en el PSOE. Por primera vez de una forma tan clara, la estructura de poder que impera en el país hace aguas desde dentro, y lo hace con protagonistas que tiempo atrás eran los máximos representantes –particularmente Cascos- de que el mando absoluto procede de un único centro de poder: la cúpula nacional de los partidos. Pero el enorme –terrible- atentado a la democracia que supone la tan flagrante sustracción del poder de decisión a los ciudadanos y acumularlo prácticamente en dos manos no se cuestiona salvo que las víctimas sean quienes fueron sus verdugos, y vivan en sus carnes la injusticia que representa el actual sistema. ¿Y que ocurre cuando alguien de peso alza la voz? Pues ocurre que la mayoría de medios de comunicación contribuyen a mantener el statu quo y a conservar anestesiada a una sociedad a la que pretenden presentar a los disidentes del sistema como perdedores y resentidos carentes de razón. La forma en la que esto se logra es fácil: los medios de uno y otro signo usan a los críticos como un elemento tremendamente dañino para los intereses del partido con el que simpatizan, además de personas desleales y desagradecidas, sin apenas derecho a gozar de criterio propio. Políticos queridos y válidos como Jaume Font experimentan como una Ley Electoral con listas cerradas impide una plena representación del pueblo, cuya identidad debe ceñirse a las personalidades de dos determinados líderes, que brotan a la cúspide gracias a hacer un mínimo común denominador por lo bajo. La mediocridad que fomenta la actual legislación también repele que en nuestro territorio se pueda dar cabida a todos los espectros que abarcan los actuales partidos, y calibrar su peso real en la sociedad, mientras grupos residuales, nacionalistas o radicales tienen en los Parlamentos –y sobre todo en la prensa y televisiones- una representación mucho mayor a la de sus apoyos reales. Puede que ni Franco acaparase tanto poder –especialmente teniendo en cuenta el económico y los bancos- del que disfrutan a escala nacional Zapatero y Rajoy, o Antich y Bauzá a nivel regional, pues la obediencia vence al talento, al mérito e incluso a los resultados, y si no, basta ver a Carlos Delgado o a Montse Nebrera.

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