Entre la semana pasada y ésta colegios, institutos y universidades han puesto fin al curso escolar. Detrás, los alumnos dejan horas de esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas.
En el caso de los universitarios o los que han terminado masters y postgrados, se abre ante sí todo un universo de preguntas y dudas ¿Conseguiré empleo? ¿Habrá servido la inversión económica y de horas que he hecho? ¿ Y ahora por dónde tiro?. Es normal. La situación actual del mercado de trabajo, aunque da indicios de mejorar, también es cierto que otros no parece haber cambiado demasiado. Por lo que el vértigo que produce terminar los estudios en este momento, puede resultar incluso mareante.
No obstante, me permito verlo desde otro punto de vista. Para mí, terminar la universidad o estudios de postgrado, significa hacer una oda a la esperanza, es un acto de fe en que el mañana será mejor. El saber no ocupa lugar, los conocimientos adquiridos de una forma u otra los podremos aplicar.
Es loable que en los tiempos que corren, aún haya personas que hagan del esfuerzo su día a día. Estudiar y trabajar no es fácil y muchos de ellos lo hacen durante años. Horas delante del ordenador, plazos de entrega, exigencia de notas, una apuesta de futuro.
Soy profesora, y he acudido en estos días a la graduación de mis alumnos. No he podido evitar emocionarme, he aportado un granito de arena a sus vidas y con un poco de suerte habré dejado algo en su espíritu. Eso….emociona.
Llegó el momento de despedirse, decir adiós o mejor…hasta pronto. Ha sido un honor conocer a todos y cada uno, personas que con distintas experiencias, ideas o aspiraciones también me han enseñado en su paso por mi vida.
Cambiando un poco las palabras de Gabriel García Márquez solo diré “No lloraré porque se terminó, sonreiré porque sucedió”.