Falacias de la justicia social

El encabezamiento de este artículo no es una afirmación mía. Sobre un tema en el que predominan los mitos sobre los hechos no me atrevo a opinar, por el lógico temor a ser cancelado sin posibilidad ninguna de defensa. De hecho, “Falacias de la justicia social” es el título de la última obra del profesor Thomas Sowell, uno de los economistas estadounidenses más reconocidos en los ámbitos académicos y divulgativos. Laureado con los más prestigiosos honores, como la Medalla Nacional de Humanidades de los Estados Unidos.

Pues bien, en su nonagésima década vital (algún día habrá que estudiar los motivos de la longevidad de tantos economistas académicos) ha publicado este recomendable texto, de algo más de doscientas páginas, en donde realiza un análisis pormenorizado de las principales políticas de su país encaminadas a promover, mediante la acción coercitiva del gobierno, la justicia social. Destacando que las élites que las promueven ponen todo su énfasis en aquello que es deseable, sin apenas prestar atención a la viabilidad y a los resultados de las mismas.

De todo el libro, me gustaría destacar una de las frases, que el autor atribuye al historiador británico Paul Johnson,El estudio de la historia es un poderoso antídoto contra la arrogancia contemporánea”. Porque esa es, justamente, la labor que Sowell desarrolla a lo largo de toda la obra, contraponiendo los loables objetivos declarados con las consecuencias no intencionadas cosechadas.

El motivo de esa desgraciada discrepancia entre intenciones y soluciones la atribuye, como buen liberal, a la arrogancia de las élites intelectuales progresistas que creen acaparar más “conocimiento” que el que está distribuido entre los miembros de los grupos sociales a los que pretenden ayudar. Para ilustrar esto, rescata una las frases por las que es recordado el presidente demócrata Woodrow Wilson, -quien anteriormente fue rector de Princeton-, cuando dijo que “el papel del educador consistía en hacer que los jóvenes caballeros, de la nueva generación, fueran lo menos parecidos posible a sus padres”. ¡Quería transformar el mundo!

En su campaña electoral de 1912 utilizaba la expresión “La nueva libertad” para referirse a la intención que tenía de sustituir muchas de las decisiones personales o individuales por otras tomadas desde el gobierno, para lo cual reclamaba para sí una “pericia ejecutiva” sin trabas por parte de los votantes. Es decir, más poder. O dicho en otras palabras, deseaba que el ideal de libertad pasara a ser “el aumento de cosas que la administración pública podía proporcionar a los ciudadanos”.

De esta forma, el concepto de “Justicia Social”, enunciado por vez primera por el jurista Roscoe Pound en 1907, saltó al plano político popular. Este otro personaje -también decano de la facultad de derecho de Harvard-, estableció lo que denominó “activismo judicial “, consistente en constatar que, cómo la Constitución es demasiado difícil de enmendar, los jueces tienen la obligación de “interpretarla” para adaptarla a las necesidades sociales cambiantes; convirtiéndola en un texto “vivo”, maleable como un chicle (¿No les suena?). Y eso a pesar de que la Carta Magna estadounidense fue enmendada cuatro veces entre 1913 y 1920, durante el primer apogeo de estas ideas.

Fueron estas mismas élites intelectuales, encumbradas durante la administración Wilson, las que creyeron alcanzar un grado de consenso tan elevado que sus afirmaciones y proposiciones no necesitan ser corroboradas por los hechos documentados. Así, fue como ante las opiniones contrarias se dejó de argumentar, prefiriendo atacar ad hominem a los opositores, considerándolos como malas personas merecedoras de la exclusión del ágora pública.

Desde entonces hasta nuestros días estás corrientes de acción política afloran, una y otra vez, poniendo en cuestión los mismos fundamentos de la democracia liberal, en nombre de la propia democracia. Demostrando que, aunque se manejen términos análogos, no siempre quiere decir que se hable de lo mismo.

Al ser de un economista norteamericano, el autor de este libro, dedica buena parte del mismo a tratar el tema de las diferencias sociales entre los distintos grupos raciales. Destacando como la inspiración políticamente correcta de muchas de las políticas de justicia social acaban teniendo efectos no deseados que, sin embargo, se evita que afloren a la luz pública.

A pesar de los sólidos argumentos y abundantes datos que aporta, el pensamiento y la obra de Thomas Sowell es de las que tienen todos los números para ser condenada al moderno castigo de la cancelación. Sin embargo, afortunadamente no es así, aunque lo triste es que seguramente no se debe a la extraordinaria calidad de su trabajo, sino, tal vez, porque el propio autor pertenece a uno de esos grupos raciales victimizados.

En cualquier caso, para todo aquel que no acepte pensar exclusivamente en función de las consignas recibidas y que, por tanto, prefiere alimentar su propia racionalidad, “Falacias de la Justicia Social” es una magnífica primera lectura de estío. ¡Aceptando el debate y la controversia estamos contribuyendo a la mejora social!

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