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Excálibur como síntoma

jueves 09 de octubre de 2014, 15:46h

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Vaya por delante que me gustan los animales, que, desde mi infancia, en casa siempre tuvimos perros -desde varios "mil leches" a una mastina española-, gatas, periquitos, diamantes, tortugas, algún canario y hasta un jilguero, y que lloré como una magdalena cuando, hace sólo siete años, tuvimos que sacrificar al ya anciano Trotski -nombre de varias generaciones de canes en mi familia paterna- para evitarle un penosísimo tránsito. Me dolió tanto, que desde entonces me resisto a repetir, por más tentaciones que me acechen de acercarme a Son Reus.

Con todo, para mí resulta incomprensible el espectáculo y las reacciones desmesuradas de muchas personas con relación al triste, pero probablemente imprescindible, sacrificio de Excálibur, la mascota de la auxiliar de enfermería madrileña contagiada de Ébola en acto de servicio.

Es comprensible y humana la reacción del marido de esta señora, oponiéndose a dicha medida, y hasta juraría que nadie le ha dado demasiadas explicaciones -esto es España, no lo olviden-, pero es que no hablamos de la gripe o del moquillo, sino de un virus que mata seres humanos en proporciones descomunales y, lo que es más importante para entender el sacrificio, que es un patógeno de origen animal, esto es, que se transmitió a los humanos por contacto con otras especies contagiadas.

Haber aislado a Excálibur, como algunos pretendían haciendo caso a su primer impulso, habría constituido un riesgo excesivo, poniendo en jaque la vida de al menos las personas responsables de alimentarlo, limpiarlo y sacarlo a pasear. El virus se transmite -entre humanos, al menos- mediante contacto con fluidos corporales como la saliva, las heces, la orina o el sudor. ¿Era asumible y razonable ese peligro? Desde luego que no, no cabe duda, no se puede pensar que para mantener vivo a un animal bajo sospecha de infección haya que montar el costosísimo dispositivo que se precisa para aislar a un posible enfermo de Ébola. Y recordemos que, incluso con todas las precauciones y protocolos activados, hay una persona infectada en nuestro país por tratar a un enfermo.

Los llamados defensores de los animales hacen gala de un integrismo absurdo y un enorme cúmulo de contradicciones. No se manifiestan, desde luego, con la violencia que lo hicieron el miércoles en Alcorcón, ante ningún depósito municipal en el que cada semana se sacrifican perros y ejemplares de otras especies que nadie quiere adoptar. Tampoco he visto que se hayan rasgado las vestiduras por los miles de seres humanos que están falleciendo en Liberia, Guinea, Nigeria y Sierra Leona por faltar los más elementales recursos para evitar el contagio del maldito virus. No recuerdo haberles oído siquiera un solo lamento por los dos médicos religiosos españoles fallecidos por intentar salvar la vida a sus semejantes.

Así que, desde luego, el gobierno y los responsables sanitarios puede que hayan cometido bastantes errores, pero el sacrificio de Excálibur no es uno de ellos, aunque comprendo que para su "familia" esa haya sido una noticia desgarradora que añade dolor y zozobra en un momento de sufrimiento e incerteza por la propia vida.

Vivimos en una sociedad con tal relativismo de los valores que los hay que anteponen la conservación de la vida animal a la humana, llegando a adoptar actitudes violentas para ello. Y eso, se mire por donde se mire, es un auténtico despropósito.
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