El horno no está para bollos o no debería. La historia es cíclica, lo cual ya sabíamos, pero la del Mallorca es cansina. Una vez más el tiempo nos da la razón al advertir que, tal y como habíamos avisado, a este club centenario apenas le quedan raíces. Las pocas que aún respiraban empezaron a secarse en el Teatro Principal hace un mes, al dedicar un acto que tendría que haber servido para recobrar el mallorquinismo perdido, a glorificar la figura de su ex-propietario Utz Classen, aún presidente, y apenas tres lustros de un pasado que suma veinte.
A tres meses de bajar el telón de la liga y con riesgo de descenso, quizás aún no peligro inminente, la sensación que nos queda es la de que cada uno tira por su lado. El sábado llega el Leganés a Son Moix y más allá de que parece un líder vulnerable, se habla de todo menos de fútbol. Que si renovaciones, congresos, renovación profunda o superficial y una serie de mensajes tópicos y típicos a los que solamente falta añadir la paella de rigor.
No es menos cierto que, a estas alturas, ya se tiene que estar trabajando con vistas a la próxima temporada y seguro que Maheta Molango lo está haciendo o lo intenta. El problema es que para ello es preciso tener ciertas cosas muy claras y eso incluye la decisión de mantener o no al entrenador, pues hay poderosas razones que abonan la duda, cambiar la dirección deportiva, pensar qué jugadores interesa que sigan y llevar a cabo un proceso similar en todas y cada una de las secciones. Todo, además, con independencia de que el equipo conserve o no la categoría.
La casa está en ruinas y acometer una reforma equivale a parchear las grietas, nada más. Lamentablemente es preciso reconstruir el club desde sus propios cimientos. Si no existe consciencia de esta necesidad, el porvenir pinta mal.