Existe un número indeterminado de personas que esperaban una llamada de Marga Prohens para ofrecerles un cargo en su gobierno, y esa llamada no se produjo. Existe también otro número menos abultado de personas que sí recibieron esa llamada, y rechazaron el ofrecimiento que les hizo la presidenta de Balears. Quizá los primeros se sintieron decepcionados por el ninguneo, y los segundos albergaron dudas sobre el acierto de su decisión de no entrar en política. A la vista de lo sucedido las últimas semanas con la consellera Marta Vidal, estoy seguro que la mayoría de ellos respira aliviada por no haber visto su nombramiento publicado en el BOIB.
El tiroteo comenzó a cuenta del supuesto escándalo de Metrovacesa, un caso que, como ya intuye el periódico al que no se le dio la exclusiva de la compra de pisos el último día de la campaña electoral autonómica, antes o después le va a estallar al PSIB en la cara. De ahí que sobre este asunto las insinuaciones superen con creces a las informaciones. En cualquier caso, las preguntas parlamentarias en plan Gila (alguien ha matado a alguien…) son suficientes para hacer ruido, llenar una página de periódico y ajustar la mira telescópica apuntando a la cabeza de la consellera menorquina.
Lo del parking del cochecito eléctrico como ejemplo de apropiación indebida del espacio público sonaba tan nimio y grotesco que no daba para mucho. Hasta que llegamos al penúltimo episodio, la declaración de bienes de los altos cargos, y entonces sonaron las trompetas del Apocalipsis.
Quizá alguien crea que cerrar dos despachos profesionales y traspasar las acciones de varias sociedades mercantiles es lo mismo que clausurar un puesto en el mercadillo de Santa María. Un domingo vas a vender tus tomates o tus piezas de artesanía y al siguiente no te presentas.
Al margen de los detalles, la campaña contra esta mujer, cuya solvencia profesional reconoce en privado incluso la oposición, resulta tan desmesurada que al resto nos va quedando claro que, de facto, la política es un coto privado para funcionarios y/o personajes cuyo curriculum vitae se puede resumir en dos líneas. Ahí no hay nada que rascar.
Pero los profesionales liberales de éxito, los ejecutivos de larga trayectoria, o los pequeños y medianos empresarios que han sido capaces de desarrollar algún proyecto económico relevante, jamás desearán exponerse a un nivel de escrutinio y chafardeo a todas luces excesivo. Las redes sociales y los chiringuitos digitales están empujando al periodismo responsable a confundir la transparencia con la pornografía patrimonial.
Guste o no, vivimos en un país donde afinamos la vista por el balcón cuando llega el nuevo televisor del vecino para conocer las pulgadas, y si podemos comprar uno más grande. Esto no sucede en todas partes. Existen sociedades menos envidiosas que la nuestra en las que la riqueza que proviene del trabajo se asocia al esfuerzo, la inteligencia y el ahorro, no al pelotazo ni la corrupción.
Personalmente me molestaría más que me llamaran gilipollas que corrupto. Lo digo porque insinuar que una consellera que ha tardado dos meses en encontrar sustitutos para administrar sus empresas (agosto por medio), ha podido tomar durante ese periodo decisiones políticas en su beneficio, con todos los focos puestos sobre ella, no es llamarla corrupta, es llamarla gilipollas.
Supongo que Marta Vidal pensó que se encontraba en un momento vital en el que podía prescindir de buena parte de sus ingresos económicos para asumir un reto político escasamente remunerado para un profesional de éxito, no para un piernas que no ha dado un palo al agua en su vida. Imagino que también valoró el agotador número de vuelos que tendría que tomar para conciliar el trabajo con sus responsabilidades familiares. Pero dudo que pudiera prever, ni estuviera dispuesta a asumir, tener que defenderse en semejante barrizal.
Resultaba evidente desde hace tres semanas que el PSIB iba a aprovechar el perfil extrovertido y la nula experiencia parlamentaria de Vidal para aplicarle como oposición el método rottweiller, un perro q ue cuando muerde no abre la mandíbula hasta que arranca un cacho de carne. Por eso sorprende la soledad política hasta hace dos días de la consellera, y la nula implicación de sus compañeros de gobierno en su defensa. Más vale tarde que nunca, pero convendría que en el gabinete de la presidenta sus colaboradores más cercanos, todos periodistas con experiencia en comunicación política que conocen bien cómo funciona el circo parlamentario y mediático, recordaran en el futuro una obviedad: cuando se ajusta con tanta dedicación y esmero la mira telescópica sobre la frente de un conseller, al final de la línea de fuego siempre está la cabeza de su presidenta.