Sí, el Mallorca puede dar gracias de que el Nàstic, rival directo, no transformara ni una sola de las cinco ocasiones claras de gol que sus futbolistas tuvieron en sus botas; dos las evitó otra vez Roberto en sendas intervenciones prodigiosas, las otras tres se perdieron por la poca fe de un visitante que, ¡pásmense!, puso más y jugó mejor para llevarse los tres puntos en disputa. Pero, expresado el cumplido, el empate no sirve absolutamente para nada si de lo que hablamos es de mantener la categoría. Los mismos puntos que el colista y un consuelo de tontos la derrota del Alcorcón que permite recortar una mínima distancia si no tenemos en cuenta que son cuatro, no tres, ni dos, ni uno, los equipos que descienden son cuatro.
Sergi estrenó el cargo con un planteamiento conservador impropio de un equipo que necesita ganar por encima de cualquier otra consideración. Hasta que las manecillas del cronómetro no rebasaron largamente la hora de juego, no alineó a dos puntas.
A mayores, no podrá decir que “jugando así” llegarán los resultados, porque la evidencia es que el balón solamente rondó la portería de Reina en dos ocasiones, ambas de cabeza: una de Raíllo que el incombustible Emaná sacó bajo palos y otra de Yuste que fue a parar al travesaño.
Fuera de esto los locales se limitaron a enviar balones largos a un Brandon desquiciado y siempre en desventaja frente a los tres centrales visitantes. Moutinho y Salomao, cambiados de banda en la segunda parte, nunca superaron a sus pares y en las pocas oportunidades que lo lograron no había nadie en el área para culminar la faena.
El 4-1-4-1, tal vez la única variante que no había ensayado Olaizola, careció de efecto en cuanto Tejera tomó el mando y eso que los catalanes se vieron obligados a efectuar dos cambios ya en la primera parte debido a las lesiones de Madinda y Barreiro porque, con un atacante más resolutivo, hoy estaríamos entonando el “Alea jacta est”.
