Putin se ha salido con la suya. Ha firmado con Yanukóvich un acuerdo de cooperación por el que Rusia aplicará una rebaja sustancial en el precio del gas que vende a Ucrania y también le facilitará una ayuda de unos quince mil millones de euros, probablemente en forma de compra de deuda pública.
Ucrania queda así semienfeudada por Rusia, cada vez más dependiente de su magnanimidad en el precio del gas, del que depende al 100 % y con un porcentaje de su deuda pública cada vez mayor en manos del gran vecino. La jugada de Putin ha sido maestra. No ha impuesto a Yanukóvich la adhesión de Ucrania a la Unión Aduanera Euroasiática, lo que hubiera desatado la oposición radical de los europeístas ucranianos; no importa, no tiene prisa, sabe que caerá como fruta madura, mientras que es imposible que nadie se oponga a una rebaja en el precio del gas. Además, ha hecho una declaración pública de respeto a la soberanía ucraniana, afirmando que no piensa interferir en ninguna decisión del gobierno ucraniano tendente a firmar el acuerdo de colaboración con la Unión Europea.
Pero los hechos desmienten sus palabras. Este verano realizó una visita de estado a Ucrania acompañado de Cirilo I, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, cabeza de la iglesia ortodoxa rusa, de la que depende la iglesia ortodoxa ucraniana, mientras que la iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana no es reconocida por la comunidad de iglesias ortodoxas, en gran parte por la oposición de la iglesia rusa. Durante la visita, tanto Putin como Cirilo I insistieron en los lazos históricos que unen a Ucrania y Rusia, llegando incluso a declarar explícitamente que rusos y ucranianos son un mismo pueblo.
Putin, que cada vez más aparece como el nuevo zar de todas las Rusias, incluso se presenta en las ruedas de prensa y recepciones precedido de fanfarrias imperiales, ha sabido jugar sus cartas y está convencido de que Ucrania ya no se le va a escapar. Es perfectamente consciente de la debilidad de la Unión Europea, no solo económica, sino principalmente moral. Sabe que los actuales ¿líderes? de la UE carecen de la capacidad, la decisión y el coraje necesarios para ejercer el papel de potencia mundial y el liderazgo que comporta, entretenidos como están en sus miserias internas, perdidos en sus mutuas desconfianzas y temerosos de los movimientos antieuropeos domésticos de cada uno de ellos.
El final, salvo reacción improbable de los gerifaltes europeos, está cantado. Rusia gana, los oligarcas ucranianos ganan, los ciudadanos ucranianos pierden y la UE en el limbo al que le han llevado sus incompetentes, pusilánimes, miedosos, mezquinos, timoratos, apocados y ridículos dirigentes actuales.