En lo primero que se fijó Robert Sarver el día que se presentó como nuevo propietario del Real Mallorca SAD, fue en el cesped del terreno de juego de Son Moix. “El jardín de mi casa está mejor cuidado”, dijo. No es de extrañar que, atentos a los deseos del jefe, la prioridad haya sido levantar el tapiz en su totalidad y sustituirlo por otro que se ha plantado coincidiendo con el viaje del banquero de Arizona. Sus deseos son órdenes.
Pero no creo que el amo y señor de los Phoenix Suns se haya pegado una paliza de avión, por privado que sea, para comprobar que se cumplen sus mandatos ni, como se dice, para presentar le reforma de la Ciudad Deportiva. Y menos tratándose de un visto y no visto de apenas veinticuatro horas a diferencia del “tour” familiar que se pegó en el mes de marzo.
Supongo que, en contraposición a la transparencia que se promete, no sabremos la verdad y el motivo real de la visita. Puede tener relación con el balance económico y deportivo del final de temporada, de los cheques que hay que pagar el 30 de junio, del nombramiento de un presidente capaz de ejercer las funciones que ha soslayado el denostado Utz Claassen o de poner a disposición de Maheta Molango una cantidad determinada con destino a fichajes.
Puede ser por alguna de tales razones, todas ellas o incluso ninguna. Quizás ocurra como con esas bolas de tenis que parece que van fuera de la línea, pero su receptor mete la raqueta antes: nunca sabremos si hubiera sido “in” o “out”. De momento, superada la primera decena de junio, no tenemos noticias de dónde se celebrará la concentración de pretemporada, dónde y cuántos amistosos se celebrarán, qué futbolistas de la primera plantilla se van o se quedan, en qué fecha se iniciarán los entrenamientos. Nerviosos no se ponen, eso es cierto.