El valle maligno

De entre todos los contactos que habitan en mi agenda personal (no los cuento con precisión como lo hacen los hiperventilados influencers pero, en todo caso, son muchos debido a mi ya larga carrera social y profesional) no conozco a ninguno que haya visitado el templo fascista del Valle de los Caídos. Yo sí. Yo estuve ahí a mediados de los años sesenta, cuando el Opus Dei intentaba disfrazar de católico el Régimen. Tenía curiosidad y decidí ver el “pastel” de primera mano. Quedé alucinado; todavía hoy, recuerdo las dispares sensaciones que me provocaron la presencia en el citado “antro” ineluctablemente totalitario, sin tapujos ni disimulos.

Hoy en día, a mediados del año 2018, siento una vergüenza apabullante al observar que dicho asqueroso “monumento” sigue en pie. Siento vergüenza propia, que no ajena, al contemplar que un símbolo criminal (porque los símbolos pueden llegar a ser criminales) no ha sido derribado -o cuando menos reconvertido, cosa harto complicada- y su significado político se mantiene firme y sin fisuras. ¿Alguna mente sensata podría llegar a imaginarse que tal realidad se expusiera en cualquier paraje alemán o italiano, respecto a Hitler o Mussolini? ¡Puta miseria!

El Monumento de los Horrores se encuentra en el Valle de Cuelgamuros, en el término municipal de San Lorenzo del Escorial. Dicha aberración arquitectónica y moral es propiedad de Patrimonio Nacional del Estado (español, se entiende, claro) y es gestionado por la orden benedictina, mira tú por donde. Se cree que san Benito no tiene ni puta idea de lo que han hecho sus seguidores; probablemente, hubiera deseado poner en marcha un grupo de rock en lugar de una comunidad religiosa con estos principios. Para su información, les diré que el precio para la visita es de 9 € por persona: dos millones de euros de beneficios por año. La basílica fue bendecida por el Papa Juan XXIII (¡con lo bien que me caía este Sumo Pontífice!) el año 1960. La tumba del dictador Francisco Franco Bahamonde es la máxima atracción para los visitantes; gente, como yo, normalmente poseídas por el demonio. En un plano suficientemente menor, yace el cadáver del fundador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, a quien Franco no quiso salvarle la vida cuando estuvo condenado a muerte en la cárcel de Alicante. El Caudillo era muy caudillo como para permitir que “alguien” le pudiera hacer un mínimo de sombra.

Este trágico mausoleo fue proyectado para mayor honra de los “caídos” de un solo bando; ni la más ínfima referencia a la otra España; ni una. Eso sí, la mano de obra para su construcción fue realmente barata: los combatientes del lado republicano dejaron su piel excavando el túnel para incrustar el panteón hasta su extenuación y, en muchísimos casos, su aniquilación total.

Ahora, hoy en día, al genuino y flamante presidente del gobierno español, Don Pedro Sánchez, se le ha ocurrido la posibilidad de -por lo menos- exhumar los restos del Generalísimo y trasladarlos allá donde indique la familia. Los allegados del tirano -como es de recibo- no están por la labor y se oponen a tal desfachatez histórica. Dichos parientes -forrados de pasta hasta los codos por el morro (el morro que figuraba en todas las monedas de curso legal de la época)- consideran que esta acción está fuera de lugar y viene a ser una especie de sacrilegio, una profanación en toda regla. También el padre abad de la congregación benedictina se siente contrariado por tal pretensión y reza para que los socialistas se echen atrás y desistan de tamaña majadería; ya de paso, el monje ora para que el destino de Sánchez y sus secuaces hiervan en el puto infierno. Para el mandatario religioso, el chollo es el chollo y a ti te encontré en la calle.

Veremos en qué acaba todo. De momento, yo no rezo porque no me acuerdo pero sueño con ver en vida la destrucción absoluta de tanta vergüenza nacional y universal.

Ora pro nobis; hasta aquí llego.