Se cuenta que Fraga acudió al presidente Suarez para ofrecerle un determinado paquete de posibles votantes, en caso de que le permitiese integrarse en la naciente UCD. La respuesta de Suarez ― político cuco como ninguno ― fue que apreciaba su ofrecimiento, pero que le era imposible. La certera razón fue que, si integraba a Fraga y los suyos, a la derecha de UCD se creaba un vacío, con lo cual la centralidad de la UCD desaparecía. Para ser de centro tiene que existir una derecha y una izquierda. Es decir, Suarez “creó” la derecha, la cual, fue avanzando con el trascurso del tiempo y la visión política de determinados hombres y mujeres, hasta ocupar el espacio ideológico que, desaparecida UCD, fracasado el invento del CDS, produjo un gran vivero de votos ni de izquierdas ni de derechas, es decir, el centro ideológico de un país, de una ciudadanía que empezó a formarse desde la sociedad del bienestar, sin ningún trasfondo sociológicamente consistente. Y, con la paciencia de Aznar, un discurso definido y el declive de un socialismo que, difuminado en su causa socialista y adornado por la corrupción, un genuino partido conservador alcanzó el gobierno, liberal y centrado, Con una política económica efectiva, redujo el déficit, rebajó la deuda pública, alivió el gasto, incentivo el ahorro, para alcanzar la mayoría absoluta al principio del siglo. Y seguramente hubiese seguido en esa senda sin los terribles atentados de Atocha.
Pero, todo eso cambió con la llegada de Rajoy y su mayoría absoluta. En Valencia murió el PP nacido en el congreso de Sevilla, para surgir una especie de tentetieso ideológico, inquieto y farisaico, acompañado, naturalmente, de la corriente de corrupción consustancial con el poder. Y mientras todo ello sucedía, empezaron a levantarse voces reclamando una posición ideológica inteligible, visible, segura. El abocamiento total hacia lo económico enmascaraba una carencia absoluta de interés de trabajar por un proyecto de sociedad en el cual el esfuerzo, el trabajo productivo, la instrucción y formación, la educación como país, el respeto a las esencias históricas, el orgullo de las tradiciones, fueran específicamente atendidos. Pero, no, el gobierno popular pasó de buscar la esencia para enfrascar al ciudadano en el simple tener, en el consumo, en el ocio, en el “oído cocina”. Todo ello añadido a una indeterminación, mayoritariamente exigida, tendente a actuar legal y decididamente contra los adversarios de una nación que, sin duda, camina hacia el descuajeringue. Todo lo cual se visibilizó con el mayor de los desprecios hacia la historia del partido de su vida, representado po la absurda y negligente pasividad de Rajoy ante una moción de censura que venía de la mano de un político, completamente imbuido de la causa socialista secular. Un sentimiento sin escrúpulo alguno, que le permite auparse a la cúpula presidencial con los apoyos de las corrientes políticas que odian al gobierno de España, sea el que sea, por representar al Estado opresor e invasor. Solamente por consentir, por su desidia, ese golpe legal a España ya es recriminable, no simplemente reprochable en Rajoy sino en todos quienes no fueron capaces de lograr que disolviese Cortes y convocase elecciones. Lamentablemente, el resultado de esa indolencia no solo hizo perder el gobierno, sino también trasladar al votante que había caído en un ámbito completamente huérfano de ideología. Atrás quedaron las subidas de impuestos, la ideología de género sin réplica, la doctrinaria educación para la ciudadanía tratada con laxitud, la consentida TV3 en euforia independentista, el FLA cual chorro de euros para dispendio de los independistas, los presentados recursos de inconstitucionalidad abandonados a su suerte procesal, la dejadez ante al auge del guerra civilismo, las olas de los arribistas habituales en la compañía de los intocables de Génova,13. O sea, que el ingenuo Casado, mal aconsejado, aceptó el reto de entrar en un solar vacío de ideología, de claridad política, de definida labor ejecutiva, de formación personal, de competencia laboral y, por encima de todo, contemplado con una nula ilusión por millones de sus antiguos votantes.
El P.P. de Rajoy, de Margallo, de Cospedal, de Santamaria, de Montoro, creyó, fatuamente, que la fidelidad de sus votantes estaba asegurada por la marca. Y no se dieron cuenta que las siglas podían dejar de ser un acicate para el elector, por la sencilla razón de que, en su interior, no había nada, solo el vacío. Nombres que resultaban insípidos, vacuos, inservibles. La carencia de comportamientos veraces, de políticas ciertas, los bandazos a la izquierda, los abrazos a los separatistas, los cortejos a los nacionalistas hartaron al ciudadano, pasando factura al recién llegado. Ese fue el fruto de una inútil y malgastada mayoría absoluta. Ante tal panorama, el antes fiel votante, lanzó su mirada hacia la derecha y se topó con Vox, y se giró a la izquierda y encontró a Ciudadanos. Quizás no asuma completamente sus proclamas, pero, al menos se sintió consciente a qué daba su voto.
El desierto que se vislumbra en el horizonte puede ser de largo de recorrido, y lo será en la medida en que no se logre recuperar al votante que ha abandonada la casa de siempre, para recogerse en nuevas esperanzas de proyecto de sociedad. Y esa reconquista precisará de algo más que palabras.