El sobreprecio

En las cocinas de la isla se está cociendo el futuro laboral de nuestros hijos. La economía doméstica acabará decidiendo si nuestros vástagos encontrarán trabajo entre nosotros o si les condenamos a buscarse las habichuelas en Pekín.

Se lo explico. En la guerra de precios a la que nos abocan las grandes superficies comerciales, éstas juegan con el impulso irreflexivo que nos lleva a apostar por aquello que, en el acto, nos supone menos desembolso de dinero, lo cual no quiere decir que nos salga más barato, más bien todo lo contrario. Ayer, una vez más, lo viví en propia carne. Había comprado mis habituales cápsulas de café, fabricadas en Mallorca con un magnífico género tostado a pocos kilómetros de casa, cuando apareció ante mis ojos el atractivo envoltorio de la marca blanca de turno. Por supuesto, con falsa información acerca de la intensidad y aroma del café que contiene, que en realidad no sabe ni huele a absolutamente nada, pero a un precio muy inferior al producto mallorquín. Y, de nuevo, estuve tentado de picar, porque en el acumulado semanal la diferencia puede ser de muchos euros. Y ese es nuestro gran error.

Mirémoslo desde otro punto de vista. Cada vez que apostamos, en razón del precio nominal de los productos, por aquello que se produce fuera como consecuencia de la suicida estrategia deslocalizadora de las grandes empresas, estamos cargándonos el puesto de trabajo que en unos años tendría que ocupar uno de nuestros jóvenes.

Si no revertimos esta tendencia, los productos a la venta en las islas serán ciertamente más económicos, pero no habrá nadie para comprarlos, porque para encontrar trabajo los cachorros mallorquines tendrán que irse a Pekín, no voluntariamente –que eso está muy bien-, sino simplemente para subsistir.

En el precio de los productos locales que adquirimos hay un plus de inversión en el futuro de nuestros hijos que no podemos ignorar.

Si en lugar del pan de molde o el refresco de cola que han dejado en el paro a muchos de nuestros vecinos, u otros miles de productos elaborados en paraísos del dumping social, adquirimos los equivalentes locales o, al menos, producidos aquí por las grandes marcas –por desgracia, cada vez menos-, reforzamos el relevo generacional y nos aseguramos que podremos disfrutar de nuestros nietos y enseñarles a amar esta tierra, que seguirá siendo la suya.

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