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El SNS al descubierto

martes 31 de marzo de 2020, 04:05h

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Una cosa que ha quedado manifiesta con la irrupción de la pandemia del Covid-19 en nuestras vidas, es que nuestro sistema sanitario no estaba preparado para un desafío de esta naturaleza y que nuestros gobernantes no tenían planes previstos para afrontar este tipo de contingencias.

Nuestro sistema nacional de salud, uno de nuestros grandes orgullos como sociedad y la joya de la corona del estado del bienestar español, se está viendo tensionado hasta límites que ponen en riesgo su funcionamiento. Estamos oyendo continuamente estos días, en los medios de comunicación, en boca, o pluma, de periodistas y opinadores varios, la palabra colapso, el peligro de colapso del SNS. No estoy de acuerdo, cuando algo colapsa quiere decir que se derrumba y hay que reconstruirlo prácticamente de cero, o no tiene arreglo posible. Colapso fue la caída del Imperio Romano occidental, que sucumbió por las tensiones externas, y también internas y se esfumó para siempre.

Nuestro sistema de salud está en grave peligro de saturación, eso sí es cierto y si se llega a ello, simplemente no tendrá ya capacidad de atender a todos los ciudadanos que precisen asistencia sanitaria, pero no se va a derrumbar, no va a colapsar. Se están poniendo de manifiesto en toda su crudeza las consecuencias de los recortes económicos del año 2008 y de la falta de inversiones adecuadas desde entonces, pero también desde antes.

La falta de inversión suficiente en el sistema viene de antes de 2008, pero son los recortes derivados de la crisis financiera los que le asestan un golpe durísimo. Con todo, el funcionamiento global ha seguido siendo más que aceptable, gracias a la inercia acumulada durante los años de expansión y, sobre todo, al trabajo de los profesionales que con su esfuerzo han ido compensando muchas de las carencias que iban surgiendo. Pero la persistencia del déficit presupuestario con la consiguiente falta de recursos para recuperar el sistema, ha perpetuado la tendencia al deterioro, sobre todo de los hospitales.

Solo el buen funcionamiento de la atención primaria ha conseguido ir enmascarando las deficiencias, pero los hospitales hace tiempo que se aguantan con pinzas, nunca mejor dicho, y esta pandemia ha puesto al descubierto las insuficiencias del sistema. Se ha comprobado que tenemos menos camas, menos médicos, menos enfermeras, menos profesionales en general por cien mil habitantes que el promedio de las otras grandes economías europeas. Presumir de ser la quinta economía de la UE, ahora la cuarta después del “brexit” y la decimotercera del mundo, ha de reflejarse en la calidad de los servicios del país y en la cantidad de recursos económicos invertidos.

España está por detrás de casi todos los países europeos occidentales en porcentaje de gasto público en sanidad, con la excepción de Italia. Y son precisamente los sistemas sanitarios de Italia y España los más tensionados por la pandemia. La diferencia de camas de críticos, en términos absolutos y relativos, respecto de Francia, Alemania, Holanda y los países escandinavos es excesiva. También lo es la diferencia en equipamiento y tecnología. Ni hemos tenido suficientes camas de críticos, ni capacidad de realizar todos los análisis que hubieran sido necesarios al principio para rastrear exhaustivamente todos los contagiados entre los contactos de los casos detectados, como se hizo en Corea y como se está haciendo en Alemania, lo que unido a la torpeza y lentitud de nuestro gobierno en la toma de decisiones, nos ha llevado a la situación actual.

También se ha demostrado que no tenemos una industria sanitaria suficientemente potente para responder a una crisis como esta. No tenemos empresas que puedan desarrollar reactivos diagnósticos de calidad con rapidez y fabricarlos en cantidades suficientes. Lo mismo puede decirse del material sanitario complementario, mascarillas, pantallas, batas impermeables y todo lo necesario para los equipos de protección individual. Y del equipamiento tecnológico como respiradores y otros aparatos de soporte vital, necesarios para la atención en las unidades de críticos y cuidados intensivos.

Dependemos casi por completo del exterior, lo que, en una emergencia como la presente, resulta letal, ya que en un contexto de necesidad global, los países con capacidad de fabricación darán prioridad, con toda lógica, a sus propias necesidades.

La respuesta de los trabajadores del sistema sanitario ha sido, como siempre, magnífica, incluso a costa de trabajar sin disponer de los equipos de protección individual adecuados y suficientes, pero a un elevado coste de infectados, lo que contribuye a tensionar más el sistema, por la pérdida momentánea de profesionales de alta cualificación.

Cuando acabe la emergencia, nuestros políticos, todos, deberán hacer balance y decidir si procede acometer un plan de inversión extraordinaria, de varios años, en el sistema nacional de salud, acompañado de un incremento paralelo del presupuesto ordinario que consolide dichas inversiones, que deben ser en personal, equipamiento, renovación tecnológica e instalaciones.

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