Desde los tiempos de Zapatero, el PSOE se autoconsidera incapaz de gobernar en solitario, por ello abraza, y agasaja, a los nacionalismos reaccionarios como si fueran sus hermanos de sangre, aunque eso signifique alejarse del socialismo prístino. Como partido político consideran la conquista del poder más importante que la coherencia, pues desde la cima se puede domeñar el lenguaje como si fuese de plastilina. Esa alianza es la que se ha bendecido, una vez más al estilo de politburó, de forma definitiva en el Congreso de Sevilla donde, claro está, “no sale en la foto quien se mueve”.
El nacionalismo está en la raíz de los grandes males del país, sin embargo, la alianza ahora pertrecha es políticamente ganadora, pues la configuración electoral y de partidos que española les asegura un dominio perdurable de las instituciones, tal como ha ocurrido en Cataluña y en el País Vasco. Es por ello que soy de la opinión que, no sólo la legislatura llegará a su final, sino que, de seguir así las cosas, y si se mantiene la financiación europea, existirán muchas posibilidades de que Sánchez pueda renovar mandato en 2027, o que, en el hipotético caso de una victoria de la derecha, ésta se verá incapaz de desmontar los múltiples entramados tejidos durante estas últimas legislaturas. La democracia española será ya otra cosa, las reglas del juego habrán cambiado.
Sin duda, la consolidación de este reforzado frente popular ha resultado posible, -se quiera o no-, por el cultivo paciente y constante de una narrativa construida tanto desde el poderoso aparato propagandístico nacionalista, como el no menos potente de la izquierda. Una narrativa que marca una división a fuego de la sociedad, inoculando odios que permiten justificar la existencia de amplias clases extractivas muy interesadas en su continuidad.
Así que, ante esta situación, pienso que la derecha tiene dos caminos alternativos a seguir. El primero consiste en volver a intentar seducir a los nacionalistas más moderados para que rompan esa alianza; tal como hace Feijoo, proponiéndoles una moción de censura, justificada por los numerosos casos de corrupción que salpican a la cúpula dirigente. Olvidando, tal vez, -como saben muy bien catalanes y andaluces-, que la corrupción, retorciendo o ignorando las leyes, puede no ser penalizada cuando se justifica como elemento para alcanzar un fin político.
El camino segundo, consiste en constituir un frente alternativo centrado en confrontar, sin tapujos y bien a las claras, con la ideología nacionalista que, como resulta evidente, es el verdadero semillero de deslealtad democrática e institucional.
Esta segunda opción, propuesta por algunos dirigentes populares -como puede ser Alejandro Fernández-, me parece mucho más acertada y beneficiosa para el conjunto de la ciudadanía. Sin embargo, requiere grandes dosis de paciencia, y mucho trabajo, para elaborar relatos alternativos capaces de atraer y reunir las fuerzas necesarias para alcanzar sólidas mayorías, no sólo políticas sino también sociales, que permitan realizar mejoras sustanciales del modelo.
Desde luego, el poder territorial de la derecha podría proporcionar una magnífica pista de despegue. Pues, como señala Cayeta Álvarez de Toledo, se trata de algo tan sencillo como otorgar presencia, prestigio, presupuesto y poder a quienes abrazan el constitucionalismo, la igualdad entre españoles, las libertades individuales fundamentales y el auténtico sentido de comunidad y solidaridad. Por supuesto, el anverso de esa moneda es perder el miedo a desprestigiar la ideología nacionalista, tal como ocurre en el resto de Europa desde el final de las grandes contiendas.
Dicho en otras palabras, en mi modesta opinión, el principal partido nacional debería abandonar definitivamente la idea de construir una alternativa con los nacionalistas, para embarcarse en la aventura de superarlos; sin descartar la posibilidad de atraer así a socialistas desilusionados con la incongruente deriva de su partido. Por supuesto, no es el camino más fácil, y obliga a la difícil tarea reconocer errores del pasado. Quizás tampoco es el camino más cortoplacista (aunque personalmente pienso que sí lo es). Requiere la paciencia de ir cambiando muchos de los marcos mentales actualmente aceptados como verdades inamovibles para proponer otros que, sin embargo, están más en consonancia con la auténtica justicia genuinamente democrática.
La principal dificultad estriba en que esa ideología sectaria y divisora lo ha impregnado casi todo, desde hace demasiado tiempo (ver el Programa 2000 del pujolismo), por lo que hay que ser capaz de ver y desenmascarar todas y cada una de las trampas que utilizan de forma muy sutil y torticera. Lo cual requiere un conocimiento suficiente de la auténtica realidad histórica y contemporánea. Un bagaje que tristemente no está al alcance de todos los candidatables. Es pues una labor que va mucho más allá de las formas y los símbolos, aunque éstos sean importantes, para proponer principios éticos y morales.
Sin ir más lejos, me inclino a pensar que sería importante ser capaces de proponer un sistema de financiación autonómico propio (hasta ahora siempre han estado diseñados desde el nacionalismo catalán), que favorezca desmontar el típico victimismo nacionalista, al tiempo que haga posible la contención, o reducción, tributaria mediante una administración más eficiente. Pues podemos pronosticar que propuesta singular, aunque paradójicamente colectiva, de la coalición social-nacionalista consistirá en intentar prohibir, o desincentivar groseramente, potenciales reducciones de impuestos.
En materia del sistema educativo, también sería importante realizar propuestas propias, capaces de modular la diversidad que caracteriza a nuestras sociedades, al tiempo que se refuerzan los valores y conocimientos fundamentales de las democracias liberales. Arrinconando, con contundencia, todo tipo de adoctrinamiento sea lingüístico, económico, o de cualquier otro tipo.
En cuestión de medios de comunicación, en la era de la digitalización, se tendría que cuestionar la necesidad de contar con carísimos medios gubernamentales, sobre todo si están orientados a construir realidades paralelas utilizando el lenguaje nacionalista, para optar por sistemas diferentes más conectados con la verdadera realidad social.
Por supuesto, podríamos seguir con muchos otros ejemplos más, siendo conscientes que en las batallas ideológicas no suele haber atajos, por lo que sumar todas las fuerzas disponibles se convierte en el primer paso a dar. De lo contrario, las victorias electorales de la derecha, -si se producen-, no supondrán ningún cambio, y la deriva sectaria y centrífuga continuará.