Un club de fútbol funciona si todos sus departamentos están bien organizados y coordinados. Es impensable que un equipo discurra por el campeonato en desacuerdo con el resto de las secciones. Vean como ejemplo paradigmático actual, el del Valencia y, naturalmente, el Mallorca.
La sociedad en general se ha apartado discreta pero claramente del día a día del club porque ha sido despreciada sistemáticamente. Personajes significativos de la misma –Miguel Coca, Jaume Cladera, Tomeu Vidal y otros- han sido particularmente ignorados y, en general, nadie conoce aún los pormenores que rodean el desembarco de Robert Sarver y sus socios de la mano de aquellos que, con evidentes ayudas internas, han conducido la nave casi al mismísimo centro de la tormenta. Aún ha de llegar el día en que el mallorquinismo sea informado del presupuesto del club, contraviniendo la normativa de la propia Liga de Fútbol Profesional que calla de forma harto sorprendente. ¿Por qué?.
Cierto que se crean ocasiones de gol que no se materializan, pero en lugar de invertir en un puesto por el que desfilaron desde Magdaleno a Ortuño, pasando por Dani, Luque, Kustudic, Morey o Etoo, incluso Carlitos, Maheta Molango, cada vez más prepotente, engreído y poco preparado, se ha dedicado a pontificar sobre la necesidad de contar o no con el delantero necesario, con la aquiescencia de todos sus acólitos, pelotilleros y el propio Fernando Vázquez.
Para no alargarme mucho, el ojo del amo engorda el caballo y el patrón no puede vigilar desde miles de kilómetros de distancia un negocio del que no entiende y abandona en manos de un néofito. Todo eso, goles y juego aparte.
