EMILIO ARTEAGA. Este pasado domingo ha sido el Día Mundial de la Salud, día que se celebra todos los años el 7 de abril conmemorando la fundación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1948. El lema de este año es la hipertensión arterial, enfermedad que afecta a uno de cada tres adultos en el mundo, pero con una distribución desigual por segmentos de edad, siendo más prevalente en edades más avanzadas. De hecho, a partir de los 55 – 60 años llega a afectar a una de cada dos personas. Se le ha denominado “el asesino silencioso”, porque puede existir durante años sin producir ningún síntoma, o síntomas tan inespecíficos que pasan desapercibidos para el paciente, pero sus efectos pueden ser devastadores: aumenta sobre todo el riesgo de infarto de miocardio, de accidentes vasculares cerebrales, de insuficiencia renal y de ceguera. La detección y el inicio del tratamiento precoces son fundamentales para prevenir las complicaciones, por lo que es muy importante que todas las personas, a partir de la primera juventud, se controlen periódicamente la tensión arterial, así como también sería deseable que todos siguiéramos unas pautas vitales básicas que pueden ayudar a prevenir o retrasar su aparición, como limitar la ingesta de sal, seguir una dieta equilibrada y evitar el sobrepeso y la obesidad, hacer ejercicio regular adecuado a nuestra edad y condición física, restringir el consumo de alcohol y erradicar el de tabaco, pautas que, por otra parte, sirven también para prevenir otras muchas enfermedades y, en definitiva, para mantener nuestro cuerpo en las mejores condiciones posibles. Una vez diagnosticada, es fundamental seguir a rajatabla el tratamiento y las recomendaciones que prescriba el médico, a fin de mantener controlada la tensión dentro de los parámetros de normalidad. El incumplimiento del tratamiento y no seguir las pautas dietéticas y de ejercicio físico es prácticamente lo mismo que no tratarse.
Una alimentación correcta y equilibrada es uno de los factores que más influyen en nuestra salud y uno de los más descuidados. En época de profunda crisis económica como la actual, cuando se está resintiendo y deteriorando el sistema sanitario público, la buena nutrición de la población es más importante que nunca para prevenir y reducir las tasas de prevalencia de muchas enfermedades y también, cuando a pesar de todo aparecen, para facilitar una curación y recuperación más rápidas y con menos complicaciones. Sin embargo, también debido a la crisis económica, cada vez son más las personas y familias que tienen serios problemas para subvenir a sus necesidades alimenticias y, por tanto, cada vez hay más personas en riesgo de desnutrición o de nutrición desequilibrada. En España y en toda la Unión Europea se está produciendo la situación paradójica de que mientras aumenta día a día el número de personas y familias que han de recurrir a los servicios de ayuda social, a los comedores de beneficencia y a los bancos de alimentos, estamos tirando a la basura ingentes cantidades de alimentos. Un reciente estudio de la UE ha establecido que se tiran al año, solo en el territorio de la unión, unos 89 millones de toneladas de comida en buen estado, entre 120 y 200 Kg por habitante y año, según el país. España ocupa el sexto lugar, con cerca de 165 Kg anuales “per capita”. Más de la mitad de este desperdicio está ligado al consumo en los hogares y en los bares y restaurantes. En los hogares básicamente por compra excesiva de alimentos que acaban caducando y por preparar raciones excesivas, que generan sobras que acaban en la basura. En los restaurantes por compra excesiva y, en mucha menor medida, por las sobras dejadas por los clientes. El resto se tira en la cadena de distribución y grandes superficies y supermercados, sobre todo porque la necesidad de mantener las estanterías y los lineales siempre llenos suele llevar a un exceso de existencias de productos, algunos de los cuales acaban caducando; también en los mercados mayoristas, donde se desechan productos que, aunque en buen estado de consumo, no se consideran aptos por cuestiones de presencia, tamaño, color, u otras relacionadas con el aspecto externo; y, finalmente, está el material que se deja perder en origen, abandonado en el campo por el agricultor, si el precio que ha de recibir es tan bajo que no le compensa su recolección.
Es incuestionable la necesidad de mejorar este estado de cosas. De hecho, la UE ha puesto en marcha una estrategia denominada “Más alimentos, menos desperdicio”, con el objetivo de reducir a la mitad el desecho de alimentos en 2025. El propio ministro español del ramo, Arias Cañete, presentaba la semana pasada esta estrategia y una de las primeras medidas que surgen de ella, que es la de alargar la fecha de caducidad de los alimentos y, en concreto, se va a sustituir la fecha de caducidad de los yogures, que era excesivamente corta, 28 días, por una más larga de consumo preferente, que será establecida por cada fabricante.
Alargar el periodo de comercialización de los productos envasados es, sin duda, una buena medida, siempre y cuando se continúe garantizando su seguridad sanitaria y sus propiedades alimenticias, que contribuirá a evitar una parte del despilfarro, pero no será muy efectiva si no va acompañada de medidas complementarias de mejora de los métodos de gestión y rotación de stocks y de educación de los consumidores. Y no es probablemente el aspecto más urgente del que se deberían ocupar nuestras autoridades, españolas y europeas, sino del tema de los precios injustos, por bajos, que perciben nuestros agricultores y, por altos, que pagamos los consumidores, así como la absurda distribución de las ayudas y subvenciones de la Política Agraria Común. Mejorando las retribuciones de los productores se evitaría la mayor parte del abandono de los alimentos en el campo y favoreciendo la creación de nuevos sistemas de distribución que primen el contacto directo de productores y consumidores y el consumo de productos de proximidad, sería posible conseguir mejores precios y productos más frescos y recolectados en el punto óptimo de consumo para los ciudadanos, lo que sin duda repercutiría en una mejor y más sana alimentación.