El Hundimiento

Visto lo visto, uno no puede por menos que ratificarse en lo ya adelantado; todos han ganado, nadie ha perdido y todo sigue igual. Cataluña está quebrada por su mitad y no se vislumbra que haya nada ni nadie capaz de volver a reestructurar una sociedad que el fanatismo, la incapacidad y el miedo han dejado hecha unos zorros. Hay mentes que sirven para pensar, otras para fabular y algunas para pergeñar el desastre, pues bien, en todos los sectores políticos crecen como setas, las unas y las otras. Ante el panorama actual, los hay que todavía se lamentan de la falta de unión de los grupos pro independencia, mientras otros no alcanzan a comprender el porqué tantos millones de catalanes han apostado por la ruptura o que otros no se hayan apercibido que contra el fanatismo no se lucha con la tibieza, sino con la decisión. O fortaleza o hundimiento, no hay más. El fracaso tiene no tiene padres, ni madres, dicen; pero en este caso, sí lo ha tenido. Uno, ya decano, Don Pedro Arriola, vive en la inopia de su burbuja, encastillado entre muestreos, encuestas y estudios sociológicos, auspicia estados idílicos que hace siglos que no se dan. Los tiempos de Aznar ya pasaron, Sr. Arriola, y su “lluvia fina” es una inutilidad ante el vendaval que se ha ido formando desde hace años en el llamado Principat. Su deriva hacia el fracaso de su asesoramiento no es fruto sino de su vanidosa pretensión de que el pueblo español no tiene ni ideología ni criterio ni sentimientos esenciales. Obligando a Albiol y a todo el PP a agarrarse al art. 155, como símbolo del voto útil, como única mochila programática, ha dejado el campo libre al mundo de las ideas, de los criterios, de los principios, de la sinceridad, ocupado, con armas y bagajes, por una formación electoral que más allá de Cataluña no tiene, por ahora, donde encontrar posada. Pero, claro, usted domina al español, lo conoce desde que nace hasta que muere, y, supone saber, que “con otra de gambas” y con “economía, economía” su fidelidad está asegurada. Pues, no, Sr. Arriola, somos ya muchos, demasiados, los que llevamos votando al partido popular por “nuestra” esencia no por la que nos ofrecen los hombres, mujeres e ideas en sus devenires políticos, gubernamentales o programáticos. Y Cataluña ha sido otro ejemplo más. Usted, con el consentimiento incomprensible de la cúpula popular ha ido vaciando de contenido a un partido que era — ya no lo es — la única alternativa al socialismo, al comunismo. La fidelidad por inercia, la ha agotado.

Desde tal afirmación, cabe preguntarse qué ofrece el P.P. a sus electores o qué atractivo a los que no lo son. Y, sinceramente, después de muchos años de experiencia en sus filas — perdón por el personalismo — no hay ni un solo principio, ni un solo valor, ni un solo mérito, ni un solo adarme de interés social, que impulse bien a mantener la fidelidad, bien a auparse al supuesto proyecto político conservador. Y tal orfandad no es sino consecuencia de haber usado y abusado de los análisis demoscópicos con olvido de los mensajes políticos, hurtados por C,s. Gobernar también es educar, decíamos semanas atrás, y nadie está educando a esta sociedad elevando su cultura, su formación, su sentimiento como país. El orgullo patrio no ha surgido de un art. 155, sino del sentimiento de frustración provocado por las esteladas y la débil respuesta de una vicepresidenta silente, de un portavoz engolado y distante, de un virrey mallorquín que ni ha pisado la cocina del independentismo, de un supuesto gobernador general que no trasmite ni entereza ni ideales más allá de su cargo. Y por encima de todo ello, una falta absoluta, integral de comunicación entre la candidatura popular y el electorado. A Albiol lo han dejado al pie de los caballos, no con ausencias, sino, lo que es peor, con presencias reiteradas pero absolutamente vacuas y triviales.

Y en contraposición, al otro lado de la calle, ni los presos han callado, ni los huidos han callado, ni los excarcelados han callado, ni quienes artificialmente acataron la C.E. o el art. 155 han callado. Desde todos los medios públicos de comunicación catalanes han seguido esparciéndose los mantras separatistas sin cortapisa alguna. Los lazos amarillos, las pancartas pro independencia, los plasmas expeliendo soflamas contra la C.E., los gritos de cierre de mítines en favor de la república catalana — incluidos los de la Forcadell, valiente ahora — se han dejado oír, sin que nada ni nadie, incluido el fiscal o el magistrado de turno, hayan movido un dedo para impedirlos o perseguirlos. El mundo nacido del 1-O y todas sus razones han seguido funcionando, sin problema alguno. Si a una situación excepcional hay que aplicarle medidas excepcionales, he sido incapaz de ver ni una sola de ellas. Lo que sí se ha visto es la absoluta y enigmática incapacidad para impedir que todos, sí, todos los cerebros gestores del procés hayan continuado en su labor, incluida una Elsa Artadi cuya inteligente estrategia ya me gustaría que ejerciese sus funciones en otras filas más próximas. Pero, no, el baño de comunicación, de información, de instrucción popular, de aleccionamiento cívico, de impune movilización de las masas, ha sido de doctorado cum laudem, mientras la respuesta fue propia de parvulito. Hemos presenciado el hundimiento de un ideal, desplomado ante la carencia de soporte, garra e inteligencia.

Concluyo recordando a Madariaga, cuando, en estas fechas, afirmaba que «La maravillosa enseñanza de Nochebuena, el verdadero regalo espiritual de Navidad es que el hombre no puede negar su humanidad sin caer en lo animal». Por desgracia demasiados alcaldes o alcaldesas, no opinan igual.

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