No deja de resultar ciertamente cansino que en este asunto de la posible reforma constitucional cada líder partidario se esfuerce tanto en representar su papel para marcar territorio, como hacen los perros con sus orines.
Qué necesidad habrá de que Rajoy y Sánchez, sin ir más lejos, se pasen el día teatralizando sus diferencias ideológicas, cuando de todos es sabido que cualquier modificación de la Carta Magna pasa por el previo acuerdo de PP y PSOE. Pero no, en la política española demostrar coincidencias equivale a desnudar debilidades y, por tanto, existe un extraordinario pudor a enseñar a la ciudadanía cualquier viso de concurrencia con las demás formaciones, lo que nos evidencia que en nuestro país estamos todavía en pañales democráticos, para desesperación del respetable, que valora especialmente el esfuerzo para pactar y aborrece el enfrentamiento permanente, aunque sea de mentirijillas.
Pero no crean que este mal endémico es patrimonio exclusivo de socialistas y populares, qué va. Ahí tienen a los nacionalistas vascos, que acaban de acordar con el gobierno el apoyo a los Presupuestos Generales del Estado y, en contrapartida, de recibir el premio gordo de la lotería del cupo para los próximos cinco años. Pues nada, como ni por asomo el PNV puede demostrar su –como mínimo- lógico acatamiento a la Constitución -la misma gracias a la cual existe el concierto y el cupo que tanto rédito les proporcionan-, pues entonces el día en que se celebra el cumpleaños constitucional no aparece ningún representante del gobierno de Euskadi en acto alguno, como si estuviesen muy cabreados, no sea cosa que algún cachorro descarriado de Bildu les afee en el batzoqui que están entregando la patria vasca en manos del fascismo españolizante. Porque, esa es otra, no sé si se han dado cuenta, pero demostrar la mínima afección o siquiera respeto por los símbolos e instituciones españolas te convierte automáticamente en un facha de manual, en un franquista irredento y en un subgénero de la especie humana. Y descarten que este guión de autoodio sacramental sea exclusivo de los nacionalistas. Para ser verdaderamente progre en España, hay que odiar al rey, a la bandera, a la constitución y hasta al mismo vocablo que nos ha definido como comunidad política desde hace siglos. Todo ello, facha perdido.
Del teatro político catalán, mejor no digo nada, porque daría para un tratado de psiquiatría social y mi editor no me paga tanto.
Así que tomen asiento, la función está a punto de comenzar.