El fiscal y el instructor

Los que hemos tenido la oportunidad de trabajar con, o mejor dicho "contra", el fiscal anticorrupción de moda en estos momentos sabemos que no es un contrincante fácil.  En la lógica de las partes confrontadas en un proceso judicial, uno acostumbra a tener posiciones contrarias a los planteamientos de adverso y, en el caso de la imputación de Cristina de Borbón, la opinión de este articulista se sitúa en las antípodas de los planteamientos de la fiscalía.  Ahora bien, como lo cortés no quita lo valiente, es justo reconocer el ímprobo esfuerzo desplegado por el fiscal para sustentar, con una técnica jurídica impecable, la defensa de sus tesis.

La lectura de los escritos, ámpliamente difundidos por los medios de comunicación digitales, pone de relieve la capacidad de dos profesionales muy cualificados, tanto Pedro Horrach como José Castro.  Cada uno en apoyo de su propia opinión, ambos muestran gran capacidad argumental y de sustento jurídico en favor de las legítimas aspiraciones procesales.

Con todo, y atendiendo al sentido de la mayoría de los apoyos expliciatados, me quedo con la actuación del fiscal, puesto que la entiendo legítima, honesta y honrada (tanto como la del instructor) por mucho que no comparta su objetivo.  Y, porqué engañarnos, alguién contra quien se alzan denuncias por parte de Manos Limpias despierta mis simpatías. Aunque ello pueda dar la apariencia de situarme al lado de la estirpe que trescientos años atrás puso de moda el odio hacia mi cultura, del que ahora las cómicas reencarnaciones de los dos personajes más famosos de Cervantes han hecho su razón de existir.

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