Mi cardiólogo y mi endocrino me piden que deje de comer, de beber y haga más ejercicio. Su buena intención es que tenga mejor calidad de vida y que mi corazón no me falle. De hecho, hoy, estoy hospitalizado en una clínica de Palma, donde me están desatascando un baypass.
Debo cuidarme por mi bien y por el bien de los míos. Pero me enfado con mis médicos porque ambos me dicen lo mismo y achacan mis molestias a mi forma de vida. Pero yo les cuento que, en los últimos congresos internacionales en los que se ha tratado de las enfermedades cardiovasculares, se ha puesto el acento en la principal causa de estas enfermedades: el estrés. Sí, así como suena. El estrés tiene la culpa en un 50%. Pero no me darán la baja permanente por esa razón. Me insisten en lo que yo debo hacer, pero no le dicen a mi empresa, a mi gobierno, a mi sociedad, a mi familia y a la madre que los parió a todos ellos, que ellos son el 50% de la enfermedad. Tampoco lo asume el Estado. Ya le basta con lo que le cuesta atender, cuidar y curar a los enfermos cardiovasculares, como para reconocer que es una enfermedad provocada, en un 50%, por su culpa.
Vivimos una época difícil, agobiante, dura y agresiva. Cada día terminas llegando a casa y haciendo realidad una tira de Quino, en la que Mafalda se lamenta de enviar a su padre al trabajo, sano y alegre, y verlo regresar a casa, destrozado y envejecido. El estrés no perdona y mata, de verdad. Pero no hay alternativa. Nadie puede dormir con la cabeza llena de pájaros de mal agüero, sobre todo cuando las deudas, los problemas y las agresiones de todo tipo marcan el paso de las horas. En mi pueblo, los mayores siempre decían: tranquilo, tranquilo, que todo se arregla. ¡Y un jamón! digo yo cuando busco soluciones a los avatares de la vida. Y cuando veo a mis amigos y compañeros sobrevivir como pueden, me indigno y busco culpables. Pero es cuando me doy cuenta que mis médicos tienen razón. La vida es muy dura.
