Tomo la palabra a mi compañera de sección, Beatriz Vilas, que hace dos días lanzó una pregunta en su columna de opinión: ¿Dónde está el dinero de la recuperación económica? Con buen tino, en base a sus percepciones del día a día, ha deducido que no está en manos de la gente corriente, el trabajador de a pie.
Si, como anunció ayer el INE, los salarios han bajado al cerrar el 2016, respecto a 2015, los que tienen la suerte de trabajar lo están haciendo por menos dinero. De otra parte, el PIB balear lleva 13 trimestres consecutivos creciendo, ¿quién se está beneficiando de este crecimiento, entonces? Parece que los trabajadores no.
Existe un modelo económico denominado “flujo circular de la renta” que, como tal, es una simplificación de la realidad pero ayuda a comprenderla. Refleja cómo se mueve el dinero en la economía. En él aparecen 3 actores: hogares, empresas y Estado. La relación básica se da entre los hogares y las empresas. El Estado es testigo de las operaciones entre hogares y empresas obligando a pasar por caja, por cada operación (entre otros, grava con el IVA las compras de bienes y servicios, con el IRPF el pago de salarios y con el Impuesto de sociedades, los beneficios empresariales).
En el modelo descrito, se recoge, por un lado que las familias compran bienes y servicios producidos por las empresas y pagan por ello. En los hogares hay una entrada de mercancía o servicio y una salida de dinero que va a parar a la empresa. Éstas, por su parte, también demandan a los hogares mano de obra, locales para alquilar e incluso dinero en concepto de fondos propios. A cambio, sale dinero para remunerarlos, en forma de salarios, alquileres o dividendos. Entra en la empresa recursos y sale dinero por ellos, hacia los hogares.
Además de las empresas y los hogares, el tercer agente es el Estado que cobra impuestos y otorga subvenciones a unos y a otros y, en teoría, debe reasignar recursos y redistribuir rentas.
Una vez vistos los agentes de la economía, una herramienta nos mostrará hacia dónde se va el dinero. Según la Contabilidad Nacional Trimestral, el peso de los salarios es de un 47% del PIB, es decir, del valor total de la producción de España en un año. El PIB representa la riqueza de un país. Este porcentaje es el más bajo desde que se inició esta estadística, allá por el año 1995. Antes de la crisis económica, los salarios pesaban más de la mitad del PIB. En este periodo se han perdido 34.000 millones de euros.
Si no ha ido a los salarios, ¿Adónde ha ido a parar todo ese dinero? La respuesta nos dará luz sobre la cuestión planteada por mi compañera de sección.
Gran parte del dinero ha ido a parar al Ministerio de Hacienda. Siguiendo con la Contabilidad Nacional, los impuestos sobre la producción son 24.000 millones de euros más que antes de empezar la crisis, hasta los 115.000 millones de la actualidad.
También han ganado los empresarios y los propietarios de locales y ahorros. Los beneficios empresariales y la remuneración de la propiedad (en forma de alquileres, dividendos o intereses) suponen el 45,5% del PIB, habiendo crecido 8.000 euros desde antes de la crisis.
De los tres agentes del flujo circular (hogares, empresas y Estado), ya empezamos a vislumbrar cuál es la parte perjudicada y cuáles son las beneficiadas. Los más beneficiados son el Estado, las empresas y los capitalistas. Es lo que se conoce como trasvase desde las rentas del trabajo hacia las rentas de capital.
Los perjudicados son, pues, los asalariados, ya sea en importe por trabajador como en el número de asalariados porque haya más desempleados. Entrando más al detalle, vemos que la realidad de los trabajadores por cuenta ajena es aún más dura. Tras el cobro de su nómina, habría que ver qué les queda para pasar el mes, tras el pago de la hipoteca. Balears es la Comunidad Autónoma más hipotecada por habitante, asalariado o no, si bien, el esfuerzo de un trabajador por cuenta ajena en una tendencia bajista como la actual, será mayor.
Otro aspecto que lastra la capacidad económica es la evolución de los precios en comparación con los salarios. Los precios han subido por sectores de manera desigual, desde 2002 hasta hoy. La vivienda, suministros y combustibles han subido un 57%, los alimentos, un 42% y las bebidas alcohólicas y el tabaco, un 108%. De otro lado, el salario medio ha pasado de 16.561 euros en 2001 a 22.850 en 2015, es decir, ha aumentado un 38%. Han subido mucho menos los salarios que el coste de productos de consumo habitual. El empobrecimiento de los trabajadores, tras el paso del tiempo, es evidente.
Además, la precarización laboral ha hecho que aparezca un nuevo concepto: los trabajadores pobres, que ya representan el 14,8% de los ocupados.
En conclusión, cuando hablamos de crecimiento económico, como es el caso que estamos viviendo últimamente, es por un aumento del PIB pero éste no se reparte entre todos los agentes por igual. Si lo que queremos valorar es cómo afecta a la gente de la calle, es decir, la gente trabajadora, vemos que han salido perjudicados desde la crisis hasta hoy. Por eso, cuando hablemos de crecimiento del PIB en términos absolutos, relativos o per capita, debemos tener cuidado con las medias. La media es una unidad perversa porque no discrimina y obvia la desigualdad, tratando a todos por igual, cuando la realidad es distina. Antes de extraer conclusiones derivadas de una media hay que indagar un poco más.
Es bueno que haya crecimiento, claro que sí, pero éste debe repartirse entre las empresas, los capitalistas y los trabajadores de manera similar. Los trabajadores, como hemos visto, son los compradores de productos de las empresas y representan el consumo privado. El reciente aumento del Salario Mínimo Interprofesional y el aumento de salarios pactado en la renovación de algún convenio colectivo, como el de comercio, junto a algunas voces en el sector hotelero reconociendo que se deben subir los salarios, son buenas señales para el cambio de tendencia.
Y el papel del Estado como redistribuidor de la riqueza es crucial, tanto por la vía de impuestos como por la vía de subvenciones. Todavía tiene mucho recorrido su labor para reducir la desigualdad social.
¡Y aún no ha llegado la robotización a los puestos de trabajo que hoy ocupan los asalariados!