El desarraigo

El fútbol de élite, si es que el término pudiera abarcar todo el ámbito profesional, está muerto en Mallorca y no lleva camino de resucitar. Si en Son Moix las cosas se están haciendo mal o peor, en Son Malferit los últimos gestos delatan un desconocimiento paralelo y unas formas muy mejorables. Hablen con los futbolistas que han pasado por ambos vestuarios.

La realidad es cruel. Si unos perdieron su viejo templo, el Lluis Sitjar, a cambio de nada, a la espera de una operación especulativa imposible y bajo permanente sospecha, los otros dejaron en ruinas el Estadio Balear a lomos de un permanente divorcio entre los propietarios del club y los del esperpento de la Vía de Cintura. Hoy unos y otros moran de prestado al cobijo de sendos alquileres, sin un albergue propio capaz de conservar la herencia sentimental que recibieron.

Para vergüenza de la sociedad mallorquina en general y palmesana en particular, uno ha cumplido el centenario bajo la presidencia de un ciudadano extranjero de dudosa catadura y el otro llega a sus setenta y cinco años alejado de la idea y el espíritu que inspiró su fundación y bajo control foráneo. Presumir hoy de ser mallorquinista o balearico es un insulto a la historia, puesto que nada tienen que ver con sus raíces. Ambas instituciones han sido invadidas ante la pasividad, cuando no complacencia, de sus aficiones y colaboracionistas. De nada sirven los ejemplos de entidades como el Valencia, el Espanyol u otras, controladas por capital asiático. Allá ellos. Lo que un día surgió como nexo de unión en torno a un sentimiento, un escudo, una bandera, un color, se ha convertido en un intento de negocio pobre, muy pobre diría yo.

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