MARC GONZÁLEZ. Me tragué enterito el debate, o mejor dicho, el duelo Rajoy-Rubalcaba para ser más exactos. Desde una perspectiva estrictamente parlamentaria, Rajoy estuvo bien, mucho mejor que el dubitativo y eternamente demagógico Rubalcaba, que no tiene nada mejor que ofrecernos que su acometida contra la escuela concertada bajo la falacia de que el gobierno la beneficia, tomando como único ejemplo lo que supuestamente sucede en la comunidad de Madrid. Para Rubalcaba -ex alumno del Pilar, por cierto-, Madrid es España. Así les va a los socialistas.
El problema de Rajoy no es que no sea un buen parlamentario, es que demuestra ser un mal presidente del gobierno, incapaz de ser coherente con sus propias propuestas políticas, abrazando sin ningún empacho -por mantener el sillón- las del adversario y rodeado de algunos de los mayores inútiles del reino como Gallardón y Wert, entre otros.
Sus cifras macroeconómicas puede que acaben teniendo un efecto a medio plazo en nuestra economía, pero no se puede gobernar ignorando durante año y medio lo que les sucede a los ciudadanos, incluidos la mayoría de los que le votaron, cuya situación es hoy mucho peor. A aquel que se ha quedado en el paro o le han echado de casa le importa un bledo si hemos cumplido el déficit que nos ha recetado la Merkel. Que se lo pregunten, si no, a los cerca de cinco mil empleados de Orizonia, a los tres mil y pico de Iberia que se van a la calle -suponiendo que esto no acabe mucho peor- y a todos los de las pequeñas y medianas empresas que se están manteniendo en el filo de la navaja sin una sola buena noticia. De los desahuciados, para qué hablar.
Las propuestas que ayer efectuó Rajoy son extemporáneas, rácanas, inconexas e insuficientes. Los autónomos no pueden esperar un año más adelantando el IVA de facturas que no se les pagan. La Ley Hipotecaria tiene que reformarse hoy mismo.
El debate territorial no existió, porque Rajoy se limitó a hacer un mero canto a las virtudes teologales de la constitución. En esto sí fue más efectista Rubalcaba, que citó siquiera de pasada y con la boca pequeña el tránsito a un estado federal (¿monarquía federal?).
En suma, un nuevo ejemplo de por qué la institución parlamentaria está tan desprestigiada entre los ciudadanos. La función estuvo bien, pero era de ciencia ficción.
De Bárcenas, hablamos otro día.