En la sesión constitutiva del Congreso de los Diputados, para la previsiblemente corta XI legislatura democrática, pudimos comprobar como la heterodoxia sexual o procesal con la que se inició la semana se ha prolongado con el deterioro formal de una institución esencial para la convivencia. La cámara baja, órgano constitucional representativo del pueblo español, es el hemiciclo donde se encarna el poder legislativo y el foro donde se contrastan las ideas en democracia. Un espacio de concordia en libertad por el que muchas personas perdieron su vida y que algunos advenedizos quieren ahora convertir en patio de comedias.
La defensa del medio ambiente o la conciliación de la vida familiar y laboral son valores respetables y respetados, salvo cuando se manipulan e instrumentalizan. Querer aparcar la bicicleta junto al escaño, vitorear a los propios con el puño en alto o exhibir una criatura pidiendo que los gráficos le difuminen la cara, no son pruebas de normalidad cívica sino serían una farsa si has dejado el coche aparcado en la esquina o una indecencia si el menor fuera un reclamo de quien lo emplea pidiendo limosna. Visto lo visto desde el 15M, incluso cuando han tenido la posibilidad de hacer realidad sus creativas consignas, la nueva política amenaza con ser un rosario de frases ingeniosas y puestas en escena, a pesar de que para eso no hacía falta que desalojasen las plazas.
Lo peor de la castiza corrala parlamentaria, en la que los vecinos tienden la ropa cara a la galería, es que en la bulla se esconde algún truhan siniestro, de los que llevan tatuado que será mejor cuanto peor vayan las cosas. No es menor, ni solo una expresión de ignorancia, despreciar el reglamento de la Cámara, tratando de forzar la debilidad de un partido dependiente, para ocupar el Congreso como una hidra con cuatro caras. Menos aún, porque la provocación es reiterada, cuando los diputados de ERC niegan la carta magna que les ampara y su líder nacional proclama la libertad por unos países catalanes a los que ni por partes representa. Mientras, Podemos acata la Constitución “para cambiarla” y lanza un epílogo digno de figurar manuscrito en la puerta de un váter: "Nunca más un país sin su gente, nunca más un país sin sus pueblos". Se les olvidó que viven en España.
Desde que Vicente González Lizondo empleó una naranja para afear a Felipe González su deprecio por la Comunidad Valenciana, no se había visto tan variados performances y tanta confusión con el papel que desempeña el Congreso en la arquitectura del Estado. Sus señorías, no sus hijos (que tienen guardería en la Carrera de San Jerónimo), deben tener presente que cobran por defender los intereses de sus votantes, aunque legislando para todo el territorio nacional y no solo para sus circunscripciones. Pero, sobre todo, no pueden olvidar que son el poder ciudadano, compartiendo con el Ejecutivo la redacción de las leyes, y será difícil que sus administrados las cumplan si desprecian su exigencia y convierten el Parlamento en un circo con dos leones.