El caso Nóos no merece un final así

Las últimas sesiones del juicio por el caso Nóos, quizás el caso de corrupción más renombrado y famoso de la historia judicial española, están generando gran inquietud y desasosiego entre la ciudadanía que contempla incrédula cómo unos señores que visten solemnemente una toga negra, se lanzan reproches que exceden con mucho lo que se entiende por el ejercicio profesional de la acusación y la defensa. Las acusaciones veladas que el fiscal Horrach lanzó contra el magistrado instructor de la causa, José Castro, al acusarle de construir un “andamiaje cobre conjeturas de gran aplauso mediático”, son causa de perplejidad porque son objetivamente propias de las defensas y no de quien ejerce la acusación pública. Y además, ensombrecer la trayectoria de Castro hace que muchos se pregunten, de ser ciertas las insinuaciones del fiscal, si acaso no lo haya hecho antes sin que el fiscal abriera la boca.

Los ciudadanos esperan que la Fiscalía acuse si observa pruebas para hacerlo y que los defensores desplieguen toda su capacidad de convicción y su oratoria para poner de relieve los elementos que puedan suscitar duda sobre la participación de sus representados. Esto es a lo que todo el mundo está acostumbrado. Pero ya se sabe que por más que se diga, el caso Nóos no es un caso como otro cualquiera. Aún quedan muchos de los alegatos de los abogados defensores y a buen seguro los de los principales acusados, Diego Torres e Iñaki Urdangarin, no dejarán indiferentes a nadie. Pero estamos ante un caso que ha degenerado tanto y que continuamente sorprende a todo el mundo, que solo cabe esperar una sentencia escrupulosa y rigurosa, como hasta ahora se ha conducido el tribunal que preside Samantha Romero.

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