En los años en que mi familia vivía aún en la calle Ballester de Palma, mi madre y yo íbamos a comprar con una cierta frecuencia al Mercado del Olivar, que era el que teníamos más cerca de casa. Empecé a acompañar a mi madre al mercado cuando yo tenía ocho o nueve años de edad, y seguí acompañándola hasta bien entrada mi adolescencia. Podríamos decir que yo era una especie de fiel y leal escudero medieval, aunque sin portar escudos, lanzas o banderas, pues sólo llevaba el carrito de la compra y una lista muy detallada.
Mi misión principal solía ser entonces, esencialmente, la de hacer cola en diversas paradas del mercado mientras mi madre compraba al mismo tiempo en otras, lo que me solía generar, lo reconozco, una cierta ansiedad, ante el razonable temor de que llegase de repente mi turno y mi madre se encontrase todavía en alguna otra parada. De hecho, alguna vez llegó a darse esa circunstancia, que yo solía solventar cediendo mi turno muy amablemente a la siguiente persona que había en mi cola, mientras al mismo tiempo dirigía algunas miradas entre suplicantes y algo llorosas hacia mi madre.
Otra misión valiosa que solía reservarme mi madre era, como ya he señalado, la de que yo llevara el carrito de la compra de camino al mercado y también dentro de sus instalaciones, que era algo que además me divertía mucho. Visto ahora con un poco de perspectiva, podríamos decir que esa misión suponía, en cierto modo, una especie de primer aprendizaje infantil tanto teórico como práctico sobre cómo y por dónde debían de circular los vehículos de dos ruedas para no provocar accidentes ni molestar a nadie.
En aquella época, había muchas personas que no portaban ningún tipo de carrito cuando iban a comprar, pues preferían llevar bolsas de plástico, algo que a mí me parecía especialmente incómodo. Aun así, algunas veces yo también las llevé, y recuerdo que de regreso a casa tenía que pararme de vez en cuando y depositar las bolsas un ratito en el suelo, porque a veces parecía que debido al peso que llevaba, había dejado de circular momentáneamente por mis manos el preceptivo y necesario riego sanguíneo.
Ya en los años ochenta, con la progresiva implantación de diversos supermercados en muchas calles de nuestra querida ciudad, el carrito fue quedando poco a poco cada vez más arrinconado en favor de las bolsas, que además nos servían luego a veces para poder depositar en ellas la basura casera más o menos diaria. Todo siguió más o menos igual en ese sentido durante varias décadas, hasta que, por loables razones medioambientales, iniciamos un día el novedoso camino del reciclaje. Y en él seguimos todavía.
Mucho más recientemente, nos dijeron que las tiendas ya no nos entregarían nunca más bolsas de plástico de forma gratuita y que además nos cobrarían un precio adicional por ellas. Seguramente por ese motivo, las bolsas parecen estar hoy en claro retroceso en los mercados, mientras los carritos de la compra han vuelto a ponerse felizmente de moda, del mismo modo que lo han hecho también ya, en otros ámbitos, los antiguos discos de vinilo, los piercings en las orejas y los zapatos de tacón con plataforma.
Yo mismo estoy valorando desde hace ya algunos meses acabar comprándome también un carrito. Ahora ya sólo hace falta que me decida por un modelo concreto, lo cual no resulta nada fácil hoy en día, pues he visto que además de los carritos tradicionales, los hay también plegables, desmontables, de aluminio, abiertos, cerrados, con cremallera, con velcro, con bolsa térmica, con una especie de bolso prêt-à-porter, con bolsillos para congelados, en forma de saco de dormir o con un diseño parecido al de un contenedor para la ropa sucia. Hoy hay también carritos monovolumen y todoterreno, con cuatro o seis ruedas, que además pueden ser giratorias.
De momento, ya le tengo echado el ojo a un carrito que parece especialmente pensado para mí, pues cuenta con asiento, freno de mano, manillar regulable, la posibilidad de bloqueo de las ruedas traseras y reflectante de seguridad. Si aún no me he decidido a comprarlo es porque creo que ese modelo no es del todo completo, pues pienso que debería de incluir también cinturón de seguridad, retrovisor, parachoques, sensor de impacto e incluso un pequeño airbag, no tanto para circular dentro del mercado como para ayudar a protegerme fuera de él de skateboards, trolleys, socavones, boquetes, trastos abandonados, bicicletas, segways y patinetes.