La vida de un articulista no es nada sencilla. Los desagradecimientos, la idolatría y la incomprensión forman parte de su equipaje moral. Un articulista no alcanza nunca una cierta altura hasta que los vientos contrarios no soplan con desmedida fuerza. Recibí, a principios de verano, una irritada reacción por parte de un lector erudito que me acusaba de falta de objetividad. ¡Vaya por Dios!, pensé. Un artículo, me dije, no tiene por qué dar muestras de objetividad; no es más que un pedazo breve de prosa en la que el autor exprime su opinión en tono agudo y provocador. Una columna refleja siempre el punto de vista de quien escribe; jamás de quien lee. Un buen articulista dispone de un par de hemisferios cerebrales, correctamente desarrollados, que se relacionan entre ellos por un curioso órgano ulceroso (corpus callosum), sólidamente formado; se trata de dos hemisferios equivalentes. Contrariamente al lector “estereotipado”, el columnista dispone de sus hemisferios de modo complementario: el izquierdo, destinado al lenguaje, la lógica, las cifras, el orden y el análisis; el derecho, dedicado a las emociones, las percepciones, las imágenes, las fantasías y los colores. Los dos hemisferios funcionan intensivamente, perfectamente coordinados y no necesitan de ningún “cuadernillo” para plasmar sus ideas ya que las inspiraciones más geniales aparecen en los momentos más insólitos e inesperados y para eso las servilletas de los bares ofrecen el soporte necesario. La imaginación constructiva se firma sobre un “papelillo” (como los contratos de Messi…). No es fácil convivir con un articulista: suele ser gente exagerada, de un dramatismo epidérmico y jugoso y con tendencia a pasarse de largo de la más estricta realidad; propensos a la depresión y a la más tierna psicopatía. De momento –y mientras mi editor me lo permita y mis supuestos lectores me lo toleren– voy a seguir practicando con más o menos fortuna; a ver si, de una vez por todas, aprendo y un día, cuando sea mayor puedo llegar a emular al gran Julio Camba o, sin ir más lejos, a Pere Muñoz, magnífico colega y mejor articulista.
