Que el presuntamente renacido Mallorca no sea capaz de ganarle al colista, que le ha marcado en dos partidos casi la mitad de los goles que ha logrado en todo el campeonato, es grave. El mal perder de algunos de sus jugadores, con Timon a la cabeza, al intentar culpar al árbitro, aún es peor. Si, es cierto, el cántabro Cordero Vega lo hizo muy mal, pero si se comió un penalti del meta visitante sobre Sissoko, también se había tragado otro del meta local sobre Villalibre y no hay falta alguna en el segundo tanto visitante sobre la salida en falso del alemán.
Sentada la mayor, sería más honesto reconocer la incapacidad de los bermellones, con un solo refuerzo en la alineación inicial, para aprovechar la ingenuidad de los cachorros de Lezama, que intentaban un buen trato del balón en contraste con una defensa de mantequilla, con agujeros tan grandes como todo el mar Cantábrico.
No debemos eximir de responsabilidad al recién llegado Fernando Vázquez. En primer lugar por plantear ante el último de la tabla un encuentro especulativo, formando con un doble pivote defensivo a la espera de recuperar la pelota y salir al contragolpe, sin prever el desdoblamiento letal de los laterales rojiblancos. Por no hablar de su insistencia en la formación de Acuña, un correcaminos sin sentido común. Luego por no saber matar el partido después de adelantarse en el marcador apenas iniciada la segunda parte y, finalmente, por no deducir que no se necesitaban tantos delanteros –terminó con Ortuño, Salomao y Díaz, metidos en faena- sino orden, por ejemplo con el denostado Damiá. Por el contrario, convirtió a su equipo en un caos de jugadores lanzados desordenada y desesperadamente al ataque, estrellados una y otra vez contra una muralla de cristal, si, pero resistente al fin y al cabo.
Escribíamos entre semana que derrotar al Athletic B era una obligación. Nos ratificamos. Y no se cumplió. Que conste en acta.