Las redes sociales se revolucionan con muy poco, lo que hace más lamentable que pugnen en ellas dos profesionales del fútbol que deberían hablar más sobre el terreno de juego y menos con el móvil. El futbolista del Atlético Baleares, Vallori, no ha ocultado en ningún momento su desapego respecto al Mallorca. Jamás ha digerido que ninguno de sus dirigentes mostrara el menor interés durante su etapa en el fútbol suizo, una liga de segundo nivel en el concierto del fútbol europeo. Y eso que para lograrlo removió a algunos “influencers” mediáticos que nunca fueron tales. Llegó a Son Malferit, a un Segunda B, ya en el declive de su carrera, por no decir directamente en el final, donde no ha demostrado más calidad de la que siempre se le supuso. Tenía todo el derecho del mundo a valorar el esfuerzo del Formentera, pero no a tildar al club decano de prepotente y adinerado.
Pero siempre habla quien menos debiera hacerlo. Raillo hizo mal al responder a la ofensa con el insulto, en primer lugar porque se supone que hay que predicar con el ejemplo en lugar de incitar al enfrentamiento y, además y sobre todo, porque antes de abrir la boca o enarbolar el teclado, tendría qué explicar por qué extrañas circunstancias fue literalmente apartado del equipo de Sergi Barjuan –quizás siguiendo instrucciones superiores- y por cuáles otras no menos raras continuó en la plantilla, erigido en caudillo y, de la noche a la mañana, en pieza fundamental de la escuadra que dirige Vicente Moreno. Lamentablemente el silencio de entonces le inhabilita para sus discursos de ahora.
Dejo en capítulo aparte el desprecio del blanquiazul a algunos colegas porque sin vocación, ganas ni sentido del corporativismo, no opinó lo mismo cuando otros voceros presionaban para que prolongara su carrera en esta tierra donde ni fue, es ni será profeta.