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Dónde pusimos las llaves

La memoria es uno de los procesos psicológicos más fascinantes del cerebro humano. Vemos como un familiar se desespera porque no recuerda qué ha metido en una maleta hace diez minutos, y un rato después es capaz sin ningún esfuerzo de rescatar en su cabeza nombres de personas que aparecieron fugazmente en nuestras vidas hace más de treinta años. Las mentes más sanas disponen de cierto margen para manejar el olvido, y aligerar así la mochila de los recuerdos más pesados, pero no es tan fácil determinar a priori qué datos o hechos retenemos y cuáles hacemos desaparecer para siempre de nuestro armario mental.

La complejidad del funcionamiento del cerebro es tan grande que la ciencia, tan avanzada en la cura de las enfermedades de otros órganos, anda en pañales a la hora de ofrecer soluciones a los problemas de la memoria, sobre todo la que opera a corto plazo: ¿dónde he puesto las llaves? ¿me he duchado hoy?¿he ido a la compra?. Esta memoria operativa es fundamental porque también permite la retención, el razonamiento y la reflexión.

Manipular la memoria de las personas siempre es un acto repugnante. Imaginen decirle a un anciano que estuvo casado, cuando fue soltero toda su vida. Pero aún más cruel sería hacerle creer que ya ha comido, cuando está en ayunas desde hace horas. Hay que ser un desalmado para mentir así solo por ahorrarte el trabajo de alimentar a quien no puede valerse por sí mismo.

En este sentido, el Gobierno de España ha llegado a la conclusión que tiene a su cargo una sociedad enferma, desprovista de memoria operativa y por tanto incapaz de tomarse el puré ella sola. Los plazos en política son distintos a los de la neurociencia, pero según los estrategas de Moncloa el mecanismo de funcionamiento es el mismo.

Para los neurólogos sanchistas la memoria colectiva a largo plazo empieza en el 36, ni un minuto antes, y nos lleva desde Franco hasta la Transición. En ese plano nos quieren escribir -ni siquiera reescribir- una biografía no vivida a todos los menores de sesenta años. Siendo esto un error que alimenta una polarización fatal para la convivencia, es mucho más pernicioso para la salud mental colectiva tratar de intervenir desde el poder sobre nuestra memoria más reciente.

Hasta ahora Sánchez había limitado su intento de lobotomía social a los crímenes de ETA, los últimos de hace solo una década, blanqueando a su brazo político y concediendo beneficiarios penitenciarios a pistoleros no arrepentidos que guardan silencio sobre informaciones claves para esclarecer más de trescientos asesinatos no resueltos. A los que nos resistimos a olvidar cómo abríamos el buzón en aquella época nos llaman fachas o, peor aún, nos tratan con condescendencia por esta enfermos de “rencor”.

Con la eliminación del delito de sedición Sánchez da un paso más en su grado de manipulación y acorta los plazos para meterle mano a nuestros recuerdos. El espectáculo infame al que asistimos en Cataluña hace cinco años no tuvo nada que ver con una estrategia diseñada y ejecutada para subvertir el orden constitucional. No se produjo un incumplimiento sistemático de sentencias del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, ni un acoso planificado a funcionarios del Estado. No existió violencia organizada sobre edificios públicos, ni un intento por romper la integridad territorial y cambiar la forma de Gobierno.

Nada de eso ocurrió, sino solo desórdenes públicos, como los sucedidos dos años después cuando la manada antisistema arrancó los adoquines de Via Laietana para arrojarlos sobre la Policía Nacional al tiempo que saqueaba los comercios de la Diagonal. Travesuras de niños malos que no produjeron ni un triste muerto, benditos ellos.

Los estrategas de Ferraz dan por amortizado el coste electoral de este regalo a los delincuentes del procés porque “es un asunto que solo interesa a políticos y periodistas”. El mismo día el portavoz oficial del partido, Patxi López, declara que “el PSOE hace política aunque le cueste votos”. Convendría que se pusieran de acuerdo en el mensaje, o al menos que contrataran a un neurólogo que les explicara qué es la memoria prospectiva, o sea, la que necesitamos para anticiparnos al futuro y obtener así información sobre algo que ocurrirá. “Ho tornarem a fer”, nos dicen, pero Sánchez prefiere creer a Pere Aragonés, el poli bueno de este sainete que ahora insiste en un referéndum pactado.

El endiosamiento de Sánchez ha llegado al punto de creer que la mentira no solo no se penaliza en las urnas, sino que es un recurso para mantenerse en el poder que solo puede manejar él, y no el independentismo. Sin ser un experto en neurología, a mi me parece que una mayoría de la sociedad española sí recuerda dónde dejó las llaves aquel vergonzoso 1 de Octubre.

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