La situación de los menores sometidos a medidas judiciales en nuestra comunidad es dramática, como evidencian las noticias de esta semana.
El buenismo político fracasa de nuevo, porque el punto de partida de estos jóvenes cuando por desgracia acceden a un centro de internamiento como consecuencia de una resolución judicial es extremadamente vulnerable y, como cualquier ser humano en fase de crecimiento, necesitan seguridades y firmeza, no relativismo y facilidades para cometer actos ilícitos. Son los más desprotegidos de nuestra sociedad y ésta no es capaz de otorgarles el amparo que no han tenido en el ámbito familiar.
Indudablemente, pueden ser individuos extremadamente violentos, pero aun así son víctimas, porque probablemente no han tenido ocasión de ser de otra manera y esa es precisamente la función de la administración pública, ofrecerles oportunidades para poder desarrollarse de forma distinta.
Ello no quita que ya de partida la justicia de menores sea una enorme maquinaria fracasada, porque resulta excesivamente severa con problemas menores de algunos jóvenes que se podrían solucionar fácilmente en el entorno escolar o familiar –y, de hecho, es donde se solucionan-, en tanto que es absolutamente inoperante frente a estos menores multirreincidentes en situación de desprotección, a los que aplica medidas supuestamente reeducadoras que no sirven, lamentablemente, para nada. En el momento actual, los delincuentes habituales menores de edad acaban entrando en prisión en cuanto acceden a la mayoría. En cuatro años pasan de estar sometidos a medidas inoperantes como la libertad vigilada a ingresar en un centro penitenciario de adultos con un régimen estrictamente punitivo y poco más. Difícil de entender.
Lo cierto es que hay casos graves en que no cabe sino el internamiento en un régimen cerrado –que en la ley se configura como excepcional- para que el propio joven llegue a asumir que su comportamiento es socialmente intolerable. Los paños calientes actuales suponen una doble desprotección y desamparo. Han sido abandonados por sus progenitores –ni siquiera, en muchos casos, podemos hablar de familia- y son tratados con condescendencia y falta de severidad por los poderes públicos.
La familia es la fuente de donde los niños maman los valores, aunque también se refuercen en la escuela, en el club deportivo, etc. Estos chicos y chicas no han tenido ese regalo que para todos nosotros ha sido poder contar con una familia y un entorno normalizado.
Su vulnerabilidad los predispone a ser víctimas de mafias que les ofrecen un dinero fácil para adentrarse en el submundo de la prostitución infantil. Los datos revelados esta semana son escalofriantes.
Naturalmente, han de rodar cabezas, porque lo sucedido es de una gravedad extrema, pero, sobre todo, hay que adoptar medidas de una vez para que esto no pueda volver a suceder.