Diario de un confinado: Cotilleando un poco

Reconozcámoslo. En este país somos desde tiempos casi inmemoriales bastante cotillas y chismosos. Por razones que a veces se nos escapan, solemos tener un interés bastante pronunciado por conocer no sólo la vida más o menos privada de nuestros vecinos, sino también la de artistas famosos o la de personas que no conocemos en absoluto. A veces parecería que sabemos casi más cosas de los demás que no de nosotros mismos.

Esa curiosidad en ocasiones algo desbordada explicaría el éxito de las revistas elegantemente llamadas del corazón, la gran audiencia de determinados espacios televisivos que se centran en hablar de esa víscera o la proyección cada vez mayor de «influencers», «youtubers», «bloggers», «personal shoppers» o «it girls», para decirlo castizamente. En paralelo, a través de aplicaciones como Instagram, hay personas hoy muy populares que ya desde antes del coronavirus nos contaban cada día muy pormenorizadamente lo que hacían desde que se levantaban hasta que se acostaban, o incluso también cuando se acostaban.

Con esos antecedentes, es hasta cierto punto comprensible que ahora dediquemos una parte de nuestra jornada en casa a salir al balcón y mirar qué hacen nuestros vecinos más cercanos y otros que no nos son tan próximos. De ese modo, solemos descubrir que normalmente hacen deporte, o toman el sol —con mayor o menor decoro—, o riegan las plantas, o graban imágenes con su móvil, o juegan con sus hijos, o leen una novela, o simplemente miran las nubes pasar. Unos pocos, los menos, a veces llevan a cabo una perseverante labor de control y de vigilancia paralela a la de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, aunque con resultados algo menos sobresalientes.

Observamos, sí, pero también somos observados. Así que en ocasiones podemos llegar a sentirnos casi como un personaje más de la mítica finca ubicada en «13, Rue del Percebe», del genial historietista Francisco Ibáñez. Es posible que incluso a veces seamos mucho más parecidos de lo que creeríamos a inquilinos como Manolo el moroso, Don Hurón, el tendero Don Senén, la portera, el ladrón Ceferino, los niños gamberros, la anciana amante de los animales, el veterinario o la dueña de la superpoblada pensión.

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