Una vez, hace años, me rompí el dedo meñique del pie derecho, lo que me obligó a estar un mes entero sin salir de casa. Esa experiencia me está ayudando ahora mucho a la hora de crear mis propias estrategias psicológicas y mentales para intentar llevar con dignidad y elegancia el actual confinamiento obligatorio. Así, cada día, al levantarme, fantaseo con la idea de que ese enclaustramiento es voluntario y no obedece a ninguna situación excepcional externa. Ahí me crezco y me animo yo solo. «¡Vamos, vamos!», me digo, como Rafa Nadal cuando logra algún punto maestro.
La cosa va más o menos bien hasta que a media mañana enciendo el televisor y veo aparecer en todos los programas a varios invitados hablando por Skype desde sus casas, incluidos a veces los propios presentadores. Ese sistema de software siempre me había parecido genial para poder comunicarse con la familia o con los amigos, o para disfrutar quizás de otras opciones algo más pecaminosas, pero el uso hoy constante y generalizado del Skype en televisión viene a ser como un duro golpe diario y telemático de realidad.
Además, cuando uno empieza a ver por televisión determinadas conexiones en directo a través de Skype, con unos colores como desvaídos, pálidos y con poco contraste, nota a veces una extraña sensación personal como de vacío interior. Hasta hace poco, esa sensación de angustia solía desaparecer cuando llegaban los anuncios, con sus colores brillantes y sus secuencias rodadas casi siempre en exteriores. Pero hoy la mayoría de «spots» televisivos se están adaptando también a estos nuevos tiempos, mostrándonos ya casi sólo cocinas y habitaciones incluso cuando anuncian un coche, un viaje en avión o un velero.
En esos momentos, lo reconozco, me acabo viniendo siempre un poco abajo. Pero sólo un poco, pues casi al instante busco soluciones para intentar salir de ese bajón anímico momentáneo y provisional. Uno de mis mejores remedios es empezar a cambiar entonces de canal televisivo, con la esperanza de encontrar a algún psicólogo capaz de darnos pautas sobre cómo superar esta creciente sensación de aislamiento. Una vez encontrado ya ese posible psicólogo, resultará esencial que nos dé esas pautas liberadoras desde una habitación que, a ser posible, tenga algo más de dos metros cuadrados, un poco de luz natural y alguna ventana.