Las primeras decisiones y declaraciones de Donald Trump desde que accedió a la presidencia de los Estados Unidos, así como los nombramientos de los miembros de su gobierno, de su gabinete, colaboradores y otros altos cargos de la administración, no solo vienen confirmando algunos de los peores temores que suscitó durante la campaña electoral, sino también la tendencia al abandono del multilateralismo, establecido por Obama como principio conductor de la política internacional estadounidense y su sustitución por un aislacionismo agresivo, errático i incluso contradictorio, que puede suponer un cambio decisivo en la situación geopolítica mundial.
El desplazamiento del epicentro del poder mundial de la zona nordatlántica a la zona asia-pacífico es un hecho que muchos analistas vienen prediciendo y constatando hace algunas décadas. La administración Obama y muy en concreto Hillary Clinton como secretaria de estado, ya detectaron la necesidad de desviar el foco principal de la acción exterior de los EE.UU. hacia el Extremo Oriente. Pero Obama y Hillary Clinton optaron por una política internacional que fomentara el multilateralismo y la cooperación, en vez de la confrontación.
Así se esforzaron en negociar el Acuerdo Transpacífico de Colaboración Económica, que incluía países del litoral pacífico americano, del sudeste asiático y Australia y Nueva Zelanda. También buscaron una política de distensión y colaboración con China, la gran potencia emergente de la zona.
En otro de los focos de tensión geopolítica, Oriente Próximo, también persiguieron, y consiguieron, el acuerdo con Irán en el tema del desarrollo de su capacidad nuclear con fines civiles, lo que ha contribuido a un cierto alivio de la situación en la región.
En Europa en cambio, la administración Obama, que optó por el reforzamiento de los lazos con la UE y promover un mayor involucramiento de los socios europeos en la gestión de la OTAN, no ha conseguido consolidar una distensión con Rusia sino todo lo contrario. Determinadas decisiones de la OTAN de instalar escudos de misiles en algunos países del antiguo Pacto de Varsovia, consideradas por Moscú como gestos agresivos, y el papel de Moscú en el conflicto y la mutilación de Ucrania y las subsiguientes sanciones, han llevado a una situación de confrontación de Estados Unidos y la UE con la Federación Rusa.
Ahora las declaraciones y decisiones de Trump pueden alterar todo el orden geopolítico, el antiguo y el nuevo. Lo más llamativo es su empeño en enemistarse con sus amigos y aliados. Ha conseguido deteriorar gravemente sus relaciones con Méjico, ha liquidado el Acuerdo Transpacífico, ha tenido problemas con el primer ministro australiano, está advirtiendo que quizás se retire del NAFTA, el tratado de libre comercio con Canadá y Méjico, ha alabado el “brexit” y estimulado a otros líderes eurófobos a conseguir que sus países abandonen la UE, ha amenazado con guerras comerciales, ha insinuado que podría desentenderse de la OTAN, ha criticado a sus socios europeos por no contribuir suficientemente al presupuesto de la alianza y ha alabado a Putin y ha sugerido que se podría reconsiderar el tema de las sanciones a Rusia.
En cualquier caso parece que, al igual que la administración anterior, considera que el auténtico eje geopolítico mundial actual está en el Pacífico, pero su actitud es radicalmente opuesta a la de Obama. Su actitud hacia China es hostil y ha realizado declaraciones inaceptables para Pekín, como la insinuación de no respetar el principio de una sola China. El gobierno chino considera a Taiwán como parte integral de su territorio, con la consideración de provincia rebelde. Cualquier movimiento tendente a promover la independencia de la isla sería considerada “casus belli”.
También ha irritado a Pekín la insinuación de que Japón y Corea del Sur deberían dotarse de armas nucleares y las declaraciones de que no se consentirá la consolidación de las reclamaciones chinas sobre todo un conjunto de islotes, rocas y arrecifes del mar de la China Meridional, en conflicto con Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunei.
La política de Trump podría entrar en una muy peligrosa deriva de colisión con China, lo que tendría consecuencias catastróficas a nivel mundial. El abandono de Estados Unidos del multilateralismo y su retracción a un neoaislacionismo beligerante supone para China la oportunidad de convertirse en el actor principal en la política mundial, pero para ello debería de ser capaz de superar su propia tendencia milenaria a la reclusión voluntaria en sí misma y su escasa querencia a involucrarse en los asuntos internacionales, excepto por motivos de estricta conveniencia propia.
El devenir de la geopolítica mundial en los próximos años, si se confirma la deriva aislacionista de Trump, dependerá en gran parte de la capacidad de los líderes chinos de comprender la nueva situación y de que decidan romper las barreras de su recogimiento interior y opten por salir con decisión a liderar un mundo multilateral.