Empiezo escribiendo en esta sección, agradeciendo a Mallorcadiario la oportunidad que me brinda para, primero, expresar mis opiniones y, segundo, hacerlo libremente, al no imponerme ninguna limitación ni en la temática ni en la extensión. Opiniones que intentaré provoquen la reflexión del lector y fomenten el espíritu crítico constructivo.
Quienes me conocen, saben que mis temas preferidos son la economía, la creación de empresas, la innovación y el análisis de la actualidad. Amén de otros temas más personales que me guardo para otros foros. Así pues, aprovecharé este espacio para analizar cualquiera de estos ámbitos intentando aplicar el sentido común y la coherencia en mis análisis.
Recientemente, me ha sorprendido la noticia de que la Universitat de les Illes Balears (UIB) va a prohibir el curso que viene, o mejor dicho, restringir, mediante acuerdo de su Consejo de Gobierno (https://seu.uib.cat/fou/acord/11962/) la utilización de dispositivos electrónicos en las aulas. Craso error. La universidad vuelve a ir por un lado y la realidad, por otro.
Son muchos los lazos que me unen a la UIB y en ella he pasado muchos años de mi vida: primero durante mi licenciatura en Empresariales iniciada en el año 1989, seguido de mis cursos de Doctorado en Economía, mi reciente licenciatura en Derecho, iniciada en el año 2008 y mi actividad como profesor asociado en Economía Española y Mundial durante 2014 y 2015. Precisamente por haber cursado dos carreras en esta universidad, una en la era pre-Internet y otra en la época actual puedo empatizar con los alumnos de una y otra época y entender las bondades de emplear estas herramientas respecto a no hacerlo. La diferencia es clara. Recuerdo las clases de mi licenciatura tras la aparición de Internet como mucho más enriquecedoras y divertidas que las recibidas cuando los teléfonos eran solo fijos y con disco rotatorio para la marcación en círculo. Mi conclusión es clara: No solo no se debe prohibir el uso de las nuevas tecnologías sino que se debe potenciar su uso. En mi reciente licenciatura (post-aparición de Internet, se entiende), podíamos consultar en tiempo real la normativa, jurisprudencia y el análisis de la prensa online sobre el temario que el profesor impartía. Cada alumno, por su parte, comentaba y enriquecía la clase con las noticias, doctrina o jurisprudencia encontradas durante la sesión. Los dispositivos móviles conectan las aulas con la realidad y dotan de esa frescura que, a veces, falta en algunas asignaturas. En el mundo de los negocios está muy extendido aquello de que “una cosa es lo que se enseña en la universidad y otra es la realidad”. El Observatorio de Innovación en el Empleo (OIE) concluyó en un estudio de 2014 que existe una incompatibilidad de la formación de las universidades con las necesidades de las empresas (http://oie.es/es/estudios/informe-oie- sobre-jovenes- y- mercado-laboral/). La tecnología móvil ejerce las funciones de puente entre ambas “realidades”.
En la era pre-Internet, los alumnos recibíamos clases magistrales unidireccionales con escasa participación, tomábamos apuntes en papel y, en el mejor de los casos, los pasábamos a limpio antes de memorizarlos junto al manual de turno de cara al examen. En la época post-Internet, las clases se teclean en la tableta o se graban en archivos de audio para luego, en casa, completar los apuntes tomados evitando que se te escape detalle alguno. Además se comparten los apuntes entre alumnos, fomentando el espíritu colaborativo. En las clases de la época post-Internet, también se consultan in situ o en casa noticias de la prensa digital relacionadas con la explicación del profesor, se accede a bases de datos que amplían el conocimiento, se acude a Wikipedia para aclarar conceptos y ver diferentes corrientes en torno a un tema, se acude a los apuntes colgados por el profesor en Campus Extens (la plataforma virtual de enseñanza en la UIB), etc. Todo esto, hasta el curso pasado. Parece ser que para el próximo curso, la UIB pretende volver a la época pre-Internet.
Si lo que se pretende al prohibir el uso de la tecnología en las aulas es regular un comportamiento incívico lo aplaudo pero el camino debe ser otro. A la universidad se va educado y enseñado y, por supuesto, su acceso es voluntario. Si alguien hace un mal uso de los móviles porque está chateando, mirando su Facebook o navegando en páginas no relacionadas con la materia impartida, se puede y se debe sancionar ese comportamiento no adecuado pero no debe penalizarse el medio, la herramienta. Es como si se prohibiera la conducción de vehículos porque son la cuarta causa de mortalidad en España. Lo que se penaliza no es el empleo del vehículo sino, precisamente, su mal uso. El coche supuso una revolución tecnológica importante respecto a los caballos como medio de transporte y a nadie se le ocurrió prohibirlos cuando empezaron a producirse los primeros accidentes provocados por la mala praxis de los conductores. Los paralelismos con las nuevas tecnologías de la comunicación son evidentes.
Este acuerdo normativo adoptado por la UIB es, en mi opinión, incongruente y criticable tanto en el fondo como en la forma.
Es incongruente porque mientras limita el uso de la tecnología, la UIB se enorgullece de haber sido pionera en la aplicación de las mismas. Fomentar el uso de su plataforma de educación online y, por otro lado, prohibir el acceso online durante la clase es, como digo, una incongruencia. Pero es que, además, de la cuna de sus aulas han nacido dos estudios de marzo del presente año que recomiendan el uso de los dispositivos móviles dentro de las aulas porque fomentan el papel activo de los alumnos en el aprendizaje (http://diari.uib.es/Seccions/Docencia/Arxiu/El-uso- de-los- dispositivos-moviles- y-las- redes.cid433433). Nos encontramos, pues, ante una incongruencia al cuadrado.
Es criticable el fondo de este acuerdo porque, de primeras, prohíbe el empleo de la tecnología móvil, salvo que el profesor expresamente permita su uso. De inicio, deja caer la presunción de culpabilidad para todos aquellos que tienen móvil o tableta, es decir, casi el 100% de la población, al considerar que van a hacer un mal uso de ella. Lo lógico sería, no solo permitir su uso sino fomentarlo y prohibir algunos comportamientos concretos que sí están relacionados con la mala educación más que con los instrumentos en sí.
Algo sangrante es que el fondo de esta norma está ignorando el perfil de su cliente, es decir, el que paga por asistir a clase y el que permite la subsistencia de la propia universidad: el universitario medio es nativo digital y considera los aparatos tecnológicos como una prolongación de su ser. Prohibirles su utilización en clase es como amputarles temporalmente un brazo. Un cliente no satisfecho es más de un cliente perdido (él mismo más aquellos a los que como prescriptor negativo llegue a través de las redes personales y, sobre todo, sociales). Puede que esta medida provoque el éxodo de matriculaciones hacia otras plataformas universitarias online.
Pero este acuerdo también es criticable en la forma. El texto habla de que permitirá tener claras las “reglas del juego” en relación al uso de la tecnología en el aula. Ni esto es un juego ni estas reglas son de una universidad del siglo XXI. Además, habla de que el alumno que espere una llamada de teléfono importante debe notificar al profesor esta circunstancia para que éste, pueda o no, dar permiso para encender el teléfono móvil. ¿Qué es una llama importante? Quizá lo que es importante para uno no lo sea para el otro. Además, ¿Son previsibles todas las llamadas importantes? Muchas veces, las llamadas de emergencia, desgraciadamente, no se esperan. ¿Esta norma está pensando en los adultos que, cada vez más, acuden a las aulas a mejorar su formación y deben atender obligaciones laborales, profesionales e incluso familiares? ¿Es todo previsible en el ámbito familiar, laboral o profesional como para avisar al profesor al inicio de clase? ¿Qué pasa si hay se imparten tres horas seguidas de clase? ¿Debe el alumno estar obligatoriamente alienado de sus vínculos externos en cualquiera de sus ámbitos no universitarios?
Otro error de forma es que el texto enumera los dispositivos móviles que se prohíben pero no son todos los que están ni están todos los que son. Por ejemplo, no se habla de relojes inteligentes ni de gafas inteligentes que te permitirían ver una realidad aumentada del profesor (no quiero imaginarme qué tipo de imagen se podría llegar a proyectar del mismo) o divisar Pokemons, en la tarima, junto al profesor, listos para ser cazados.
En definitiva, este acuerdo normativo ha errado el tiro prohibiendo el medio y no el fin. El medio es la tecnología, con múltiples ventajas de cara a la enseñanza y es lo que en el mundo real se encontrarán los estudiantes al acabar sus estudios. El fin es el mal comportamiento que siempre ha existido y existirá, haya tecnología o no. Porque el ser humano emplea el lenguaje desde tiempos inmemoriales pero, ¿Quién no recuerda alguna expulsión de clase de aquellos maleducados que hablan durante la explicación del profesor o durante los exámenes?
La UIB se enorgullece en su presentación de ser una de las principales universidades de España en innovación y desarrollo tecnológico. Ahora solo falta que lo sea en el fomento del uso de la tecnología, dando marcha atrás a este acuerdo normativo y a esta prohibición.