La gestión sanitaria tiene sus propias normas, su endogamia particular y sus relaciones de poder. Filias, fobias, amistades, afectos, apegos, grupos de presión, influencias, recomendaciones, zonas de confort y peloteos están a la orden del día. Presentes y muy evidentes. Persistentes e intensos. Tan intensos que generan un contexto profundamente vulgar y en demasiadas ocasiones, una gestión chapuza y politiquera. Una gestión desincentivadora para las personas motivadas, inteligentes y emprendedoras que ya no sorprende a nadie.
La gestión sanitaria reside en organizaciones muy jerárquicas. Las órdenes e instrucciones acostumbran a venir de arriba, en demasiadas ocasiones, de muy arriba. De tan arriba, que ser directivo sanitario es incompatible con tener opinión propia y genera verdaderos problemas de supervivencia.
El directivo sanitario capaz de tener una opinión crítica sobre las decisiones y las órdenes verticales que recibe es excepcional; más raro todavía el que tiene cintura para permitir la discrepancia y la crítica constructiva en su entorno. Rara avis el directivo con opinión y fortaleza para impedir el cumplimiento de órdenes no convenientes sin perecer en el intento. Otros ni lo pretenden. Muchas decisiones se acatan y punto. En su conjunto la cadena es tóxica a nivel de distintos eslabones.
Uno de los ejercicios más rentables, el peloteo. Es bastante común arrinconar la evidencia para buscar el beneficio personal y grupal sin importarle las consecuencias. De hecho, la habilidad más reconocida, más útil en este entorno es el de seguir las directrices de los que te han nombrado. Lo demás, secundario y fútil.
Esta forma de actuar tiene múltiples efectos colaterales. Entre ellos, el arrastre de innumerables cargos intermedios, bien formados, dignos, competentes que se han arrimado al cambio por la puerta de servicio, han subido a un vagón en marcha del que no conocen al verdadero maquinista, ni el destino, ni sus motivaciones, ni sus malas artes y son expedidos de la vía sin entender ni el cómo ni el por qué. Miles de profesionales que han constatado que la meritocracia es considerada como una broma en la jerarquía sanitaria.
El precio que paga la sociedad por estas actitudes es muy alto. Su coste de oportunidad es elevado. Las organizaciones no se consolidan, su avance es débil y languidecen con facilidad.
El mecanismo por el que llega una orden superior es la llamada. Una llamada con una instrucción intermediada y en general no discutible. Se insinúa un nombre, un motivo o incluso un veto. Deberías nombrar a fulano. Es el momento de cambiar de sitio a mengano. O para provocar el cese de alguien, nombrar una supervisora, seleccionar una jefatura. Quizás una recolocación de algún ex-directivo o devolver un favor. Los méritos y la participación no se conjugan. Es el liderazgo basado en el pastoreo.
Para llevar a cabo estas falacias se profesionalizan en construir relatos falsarios, a menudo infantiles. Basados en intangibles y en lugares comunes, que permitan justificar decisiones injustificables trasladándolas al coro de aduladores para que la expandan y la conviertan en la versión oficial, -el NO-DO-, Noticias y Documentales. En estas situaciones es cuando es más tangible la falsa autonomía que acompaña al directivo sanitario, su pobredumbre y su manifiesta imposibilidad para tomar decisiones. La pregunta, en la política de recursos humanos, no es si esa persona es idónea para el puesto, sino, ¿es de los nuestros? Vergüenza torera.
Menos mal que la ley no acostumbra a respaldar muchas de estas presiones y cercena muchas de las llamadas que contaminan la buena gestión sanitaria y sus pueriles argumentaciones.
Curiosamente, mucha gente apoya esta forma de proceder. Esperan que lo que hoy les perjudica, igual mañana les puede beneficiar, sabiendo que no son capaces de subir en el escalafón de ninguna otra forma.
Es bien sabido que cuando la política entra por la puerta, la gestión sale rauda y veloz, por la ventana. Pero en realidad, siendo sinceros, la política y sus miserias ha venido ya para quedarse en los centros sanitarios.