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De la ficción al 27-J

Por Vicente Enguídanos
viernes 24 de junio de 2016, 01:00h

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El cine ha conseguido unir sucesos diferentes y distantes entre sí, gracias a dos largometrajes apocalípticos que nos resumen lo que acontece en el Reino Unido y España.


En la misma fecha del referéndum, convocado para decidir la continuidad en Europa de los cuatro países británicos, los diarios ingleses discrepaban sobre la opción que debían recomendar a los súbditos de Su Majestad, enfrentados por el "Brimain" y el "Brexit". Los más prudentes respetaron la neutralidad informativa, pero algunos optaron por inducir a sus lectores, sin disimulo.


El primero que abandonó la exigible pluralidad, para tratar de arrimar el ascua a su sardina, fue la cabecera sensacionalista The Sun. El que fuera tabloide hasta los setenta, cuyo propietario es Rupert Murdoch, el australiano que sonrojaría al mismísimo Charles Foster Kane, ha sido paradójicamente el defensor de las esencias del Imperio que colonizó el lugar donde nació el magnate. Este jueves, el rotativo volvía a ser inequívoco respaldando el abandono de la Unión, mandando en portada una infografía sublime, apoyada por el título de un popular largometraje: ‘El día de la independencia’.


Cuando lea esta reflexión ya se conocerá el escrutinio para saber si se mantiene intacto el túnel bajo el Canal de la Mancha y pasaremos, sin solución de continuidad, a mirar cómo afrontamos el nuevo escenario internacional y los problemas que nos tocan más de cerca. El séptimo arte nos servirá, también, para etiquetar el trocito de historia que rodamos estos días en nuestro país y que empezará a proyectarse el próximo lunes. De la ficticia batalla contra los estados alienígenas de Europa, cambiaremos de sala para ver ‘El día después’, otro éxito de la cartelera en los ochenta, cuyo guion se escribirá con diferentes enemigos y un final que no debería ser tan funesto como el de la película.


En la última jornada de la más larga campaña que se recuerda, resulta imprescindible mirar ya al día siguiente de las elecciones generales, porque nos enfrentaremos a una disyuntiva tan importante o más que la de optar por una formación política o las expectativas que nos inspira. Escoger una candidatura o hacerlo en contra de las que rechazas, sin fijar nuestra atención a partir de julio, es temerario en este momento, porque la papeleta debería descontar las dificultades que afrontará el nuevo Gobierno, que precisará de estabilidad más allá de la propia investidura presidencial, para legislar y administrar los recursos públicos, con el consenso necesario para mejorar las condiciones de vida de todos y, de paso, devolvernos la confianza en el sistema.


Obviamente, deberemos aguardar a la constitución del Parlamento y que el Jefe del Estado escuche de nuevo a los líderes de cada formación política, para saber quién ha concitado suficientes apoyos como para que el Ejecutivo deje de estar en funciones y funcione de veras. Ese es el momento que no podemos perder de vista, porque ahí es cuando quedan atrás las promesas para poner manos a la obra.


La diversidad ideológica que tomará asiento en los escaños de ambas cámaras, seguirá confrontando aliados y adversarios de quien ocupe la Moncloa. Pero esta vez, sea cual sea el mandato de las urnas, la coalición que inclinará la balanza moderará los argumentos del partido con mayor respaldo, a la izquierda o la derecha, porque el consenso no será una opción y la fumata blanca, si logra asomarse por la Carrera de San Jerónimo, dejará de ser un salvoconducto para toda la legislatura.


Nunca antes se habían repetido todos los cabezas de cartel y jamás tendremos de nuevo los mismos nombres abriendo las listas. Siquiera conocemos si volverán a depositarse papeletas de color sepia, para renovar una cámara alta que será decisiva, pero que cuenta atrás su pervivencia. Lo que sí sabemos es que el respeto a la demokimcracia nos exige optar por la mejor candidatura, incluso por la menos mala, sin visceralidad pero con la firmeza firmeza de que todos los sufragios son útiles o que el voto de castigo no deberá suponernos una penitencia.


Si no lo hace, otros le impondrán una película de ficción, cuyo protagonista será usted y el escenario tan real como la vida misma.

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