La sanidad es la partida de gasto más elevada de las arcas autonómicas. Todo lo que tenga que ver con ella influye directamente en el equilibrio financiero interanual de las distintas comunidades.
En este mismo sentido, la disminución de ingresos que ha acompañado a la crisis económica ha reducido de forma drástica los recursos disponibles y ha tensionado las partidas de mayor volumen. En este escenario, es lógico entender que la sostenibilidad del sistema sanitario es algo más que un tópico. Se ha manifestado de una u otra forma en el empleo sanitario, en las esperas y en los desvíos. Se ha precarizado al profesional, se ha reducido la accesibilidad y ha disparado la deuda.
Aun así, algunas partidas se han desbocado. Solo en el año 2015, la farmacia hospitalaria ha incrementado su coste, descontada la innovación, más de un 25%. Porcentajes que pueden poner en jaque a todo el sector.
El desvío ha sido tan llamativo que ha sido tratado de forma específica en la reunión de los ministros de finanzas de la unión. Se le responsabiliza de ser uno de los factores que han influido de forma determinante en el déficit. Incluso puede ser corresponsable de la congelación de los fondos europeos destinados a España en el 2017.
Hace tiempo que los expertos aconsejan tener en cuenta el valor terapéutico y social de los nuevos medicamentos antes de su prescripción; el beneficio clínico incremental; el grado de innovación del producto.
No todas las supuestas mejoras son tangibles. Los mismos técnicos se están cansando de afirmar que existen áreas con un amplio espacio de mejora. Coinciden en el área oncológica. Algunas revistas científicas de gran prestigio lo llevan en sus editoriales. Las mismas que aseveran que el grado de transparencia y el conflicto de intereses no reconocidos lastran la optimización. En estos dos aspectos apuntan directamente a los responsables de los servicios implicados. Por algo será.