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Darrera sa roca

Por José Manuel Barquero
domingo 17 de mayo de 2020, 04:00h

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Va quedando claro que la histeria es capaz de propagarse más rápido que el coronavirus, especialmente entre personas sin capacidad para racionalizar el riesgo. Abundan los ciudadanos atiborrados de información pero con pocas ganas de cribarla para evitar un empacho. Llaman la atención los que llevan toda la vida con el hecho diferencial en la boca, llorando como niños con el “Madrid me mata”, pero que a la hora de medir el impacto real de la pandemia en Baleares se esconden en las apabullantes cifras mesetarias. Bajo la monstruosidad de los 27000 muertos oficiales nadie se atreve a levantar el dedo para decir que vivir en una archipiélago comporta multitud de inconvenientes… y también alguna ventaja a la hora de controlar la movilidad de residentes y visitantes.

Esta semana que concluye en Baleares tuvimos un día sin nuevos contagios. Al día siguiente se contabilizaron cinco, cuatro en una residencia de ancianos y otro más en un centro para discapacitados. Con este dato registrado en una comunidad con 1’2 millones de habitantes, el periódico de mas difusión en Baleares consideró que de un día para otro “la situación había empeorado sustancialmente”. Es cierto que campea a sus anchas una minoría de descerebrados que aún no se han enterado de qué va esto, pero inocular el virus del miedo irracional en una sociedad cuyas cotas de bienestar las proporciona una economía de servicios es tan irresponsable como caminar por el súper sin mascarilla.

Vivimos en una esquizofrenia informativa total. Ayer se reportaron en Baleares 15 nuevos casos, y ninguna nueva hospitalización. Ansiamos una inmunidad de rebaño (más de un 60% de la población contagiada) pero informamos de cada contagio como si fuera un proyecto de muerto por una enfermedad con una tasa de letalidad en España del 1%. De los fallecidos, casi el 87% tenían más de 70 años.

A pesar de ello, un representante sindical ha declarado en un medio de comunicación que la mayoría de funcionarios en Baleares se encuentran en “estado de pánico”, literalmente, ante la posibilidad de tener que reincorporarse a sus puestos de trabajo. A uno le entran ganas de comenzar a interrogar a los miles de deportistas y paseantes que abarrotan el Paseo Marítimo de Palma a diario para averiguar si alguno ha aprobado una oposición.

Hay un periodismo dócil que se ha subido a lomos del relato oficial por si acaso le cargan algún muerto. En el fondo no hacen otra cosa que imitar la cobardía de nuestros políticos locales, incapaces de alzar la voz ante decisiones absurdas del gobierno de España. A estas alturas, cuando la Unión Europea se devana los sesos para evitar el colapso total este verano de la industria turística, Pedro Sánchez decreta una cuarentena obligatoria de dos semanas para toda persona que llegue del extranjero. Ante este despropósito, que tira por tierra cualquier esfuerzo por evitar la ruina de esta comunidad, Francina Armengol seguro que se echó las manos a la cabeza y mentó a la madre del presidente del Gobierno. Eso sí, en bajito y en la soledad de su despacho en el Consolat de la Mar.

Armengol sabe cómo se las gasta el psicópata político que habita en la Moncloa. Conoce bien los métodos expeditivos de un tipo sin escrúpulos a la hora de apiolar a quienes le llevan la contraria en su partido. Sánchez no ha olvidado, ni olvidará, el breve romance en unas primarias de Francina con Patxi López. Por eso nuestra presidenta le teme, y por eso mantiene en las videotertulias con el resto de presidentes autonómicos un perfil tan bajo, algo insólito desde una comunidad que pronostica una caída de su economía tres veces superior a la de España. La mansedumbre de Armengol frente al César sorprende en Canarias, Aragón y Valencia, comunidades gobernadas también por socialistas que no han doblado tanto la cerviz como para alcanzar los niveles de sumisión de nuestra presidenta. Y hasta aquí puedo leer.

En Islandia llevan casi un mes sin fallecidos por coronavirus, y es el país que más pruebas realiza por millón de habitantes. De hecho, si usted aterrizara mañana en el aeropuerto de Reykjavik lo primero que le harían es un test. Si diera negativo ya podría comenzar a disfrutar de algunos de los paisajes más bellos del planeta. Incluso bajo el estigma de ser español. Si está sano… adelante. Pero si la señora Jónsdóttir asoma la cabeza por el aeropuerto de Palma de inmediato la van a recluir 14 días en la habitación de su hotel, o en su apartamento de alquiler. Es como si en el último brote del ébola en el Congo, a los europeos nos encerraran al llegar a su capital para no contagiar a la población local. Sin animo de ofender, en las actuales circunstancias Madrid está hoy más cerca de Kinsasa que de Palma.

Ese disparate de la cuarentena se va a tener que rectificar antes de lo previsto por los genios de Madrid, pero el daño a la imagen del destino ya está hecho. Lo realmente triste es comprobar la actitud genuflexa del Govern de Baleares, experto en postureos, relatos y aspavientos teatrales ante ciertas chorradas, pero inepto a la hora de exigir un diálogo sensato sobre decisiones que nos hunden sin remedio, todavía más. Y ahora, a seguir darrera sa roca, sonriendo en el chat y asintiendo con la cabeza durante el sermón dominical de Pedro.

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