La disolución del Comité de Garantías de Podem Illes Balears, operada ayer mismo por los jerifaltes centralistas de la formación, no responde al propósito de regenerar la tambaleante imagen del partido, sino que constituye únicamente el vano intento de acallar el clamor de sus justamente desencantados votantes, si es que alguna vez creyeron de verdad que el viejo comunismo travestido de movimiento social pudiera dar lección alguna de moralidad política.
La grabación hecha pública ayer por diversos medios no resulta meramente escandalosa por evidenciar que la ‘nueva política’ ha venido para calcar los peores vicios de la vieja –el autoritarismo, el clientelismo-, sino que demuestra que la gangrena no está, como quieren hacernos creer, localizada.
Las referencias inequívocas de Joan Canyelles –el ofertante de puestos de trabajo para militantes sumisas- al hecho de que Alberto Jarabo estaría al corriente y habría autorizado la componenda no puede salvarse con unas parcas declaraciones del secretario de organización indicando que el partido ‘es ajeno’ a estos vergonzosos comportamientos. Tururú.
Jarabo debería dimitir o ser fulminado por los mismos que han hecho lo propio, sin despeinarse, con Montse Seijas y Xelo Huertas.
A Azpelicueta le proponían que aceptase una amonestación verbal ‘por escrito’ -extraña combinación- por haber cometido el ‘error’ de apartarse de la línea oficialista. Toma democracia interna.
La grabación, ciertamente, atañe a un único episodio, pero resulta inevitable la subsiguiente sospecha de que éste es el comportamiento habitual de estos herederos del leninismo, que, una vez más, nos retrotrae en el tiempo y nos recuerda la mortal represión a la que los estalinistas del PCE sometieron a los trotskistas del POUM y que acabó disolviendo a estos últimos por el democrático y obrero procedimiento de cargarse a sus miembros durante la guerra civil. Y conste que no hablo en sentido metafórico.
Podemos se descompone, pero no en sentido político, sino puramente biológico.