Tengo que reconocer que siempre me ha gustado cumplir años. Me encanta experimentar esa bonita y un tanto infantil sensación de que ese día soy especial, que he alcanzado una nueva meta, que hemos continuado luchando y que seguimos disfrutando de esta maravillosa aventura que es la vida. Eso sí, cuando llega ese día resulta inevitable hacer balance. Lógicamente no todo ha sido bueno, del mismo modo que no todo lo que nos ha sucedido en ese año es negativo. Pero resulta innegable que nos sentimos bien si logramos concluir que, en líneas generales, hemos cumplido. Además, ahora que vivimos rodeados, sitiados y envueltos por las redes sociales, desde diversos puntos se nos anuncia nuestro aniversario, los recuerdos de años anteriores y un recorrido por ese último periodo vivido. ¡Cómo para que se te pase un evento tan singular!
Y si somos sinceros, cuando llega ese día, cuando nos detenemos a pensar en cómo ha ido todo y cómo me encuentro en este momento, por mucho que profesionalmente las cosas hayan ido mal, bien o regular, por mucho que busquemos mil argumentos, siempre acabamos por prestar atención a lo que realmente nos importa, a aquello que realmente debe dar sentido a nuestra existencia. Efectivamente, tras mucho rebuscar, siempre acabamos deseando estar con las personas a las que queremos, las que nos ayudan a crecer cada día, sin olvidar el infinito deseo de poder disfrutar de un nuevo año gozando de buena salud. La familia, los amigos, el proyecto de vida y los pequeños grandes momentos que dan sentido a todo…eso es lo que buscamos y lo que más nos enriquece como personas.
Y nada de echar de menos el pasado. Lo que se ha ido, ya no volverá, pongamos como nos pongamos. He de confesar que, en ocasiones, me descubro evocando buenos momentos al ritmo de una buena canción o en esos magníficos instantes en que se goza de la soledad, quizás porque como decía la poetisa y diplomática Gabriela Mistral, “recordar un buen momento es sentirse feliz de nuevo”. En cualquier caso, no debemos dejar que el pasado nos condicione ni que el futuro nos paralice. Tampoco se trata de ponernos el listón tan alto que ni tan siquiera comencemos a correr a sabiendas nos hallamos ante un objetivo inabordable. No nos distraigamos, detengámonos en el presente, tratemos de saborear cada momento, hasta los más complicados, pues de todo aprendemos.
Cumplir años también nos hace caer en la cuenta de la velocidad supersónica a la que transcurre nuestra vida. Efectivamente, cuando somos niños todo parece ir a cámara lenta: las tardes son eternas, los días no pasan, los cursos se amontonan y eso de no tener responsabilidades lo ralentiza todo un poco. Sin embargo, y sin tener delante una encuesta del CIS puedo asegurar habría unanimidad mundial al respecto, cuando vienen los hijos, de pronto, es como si nuestra vida pusiera el turbo, los días…qué digo los días…los años pasan como auténticos relámpagos y, sin darnos cuenta, adiós a un par de décadas. ¡Ahí queda eso!
No obstante, no olvidemos lo hermoso que es cumplir años. Seguimos aquí, tenemos la maravillosa oportunidad de continuar nuestro excitante proyecto de vida. Es cierto, nadie sabe qué sorpresas nos depararán estos próximos 365 días. Nada es seguro, nadie nos garantiza nada, pero ahí radica también la grandeza de vivir y sentirse vivo. Además, siempre nos quedan palabras sabias con las que reconfortarnos. El gran Benjamín Franklin ya señalaba que “a los veinte años, reina la voluntad; a los treinta años, el ingenio; a los cuarenta, el juicio”. Es cierto que no dice nada de acercarse a los cincuenta…pero quiero pensar que la cosa mejora, como un buen vino. Así que, ¡a por todas! De momento, hoy citados a manteles entre amigos. ¿Qué más se puede pedir? #quéseríadelavidasinestosmomentos