Si fuera 28 de diciembre, todo se entendería. Pero como estamos en septiembre, la cuestión tiene que ver con el nivel de mediocridad al que hemos llegado en este país. Me refiero a la noticia publicada el domingo según la cual el Ministerio de Educación pondrá en marcha en breve un certificado para los estudiantes que no acaben la ESO. ¿Qué quieren que les diga? Una idea al nivel del gobierno que se ha preocupado por regular en qué orden ponemos el apellido de los niños. La disposición, dentro del surrealismo general, se encuentra en la Ley de Economía Sostenible, aquella que en 2008 se presentó como la que iba ser la regadora que alimentara los brotes verdes que algún lince estaba viendo en nuestra economía. La idea es inaudita. ¿Qué va a decir el certificado? ¿Certifico que xxx no aprobó la ESO? ¿Certifico que si hubiera estado un tiempo más tal vez hubiera aprobado? Algunos lectores con un sentido del humor fantástico se preguntan si el certificado estará homologado internacionalmente, si será convalidable por el certificado de no haber acabado los estudios básicos en Francia o en Italia. Y sobre todo, uno preguntaba si el lema será “lo importante es participar”. Yo hice dos asignaturas de Historia en la UIB: ¿puedo pedir un certificado diciendo que sólo por 48 asignaturas no soy licenciado en Historia? ¿Por qué no? Puestos a certificar absurdos. Para quienes me acusen de simplificar las cosas en demasía, explico: se trata de certificar los pocos estudios que se hayan completado, para que con eso el chico tenga algunas facilidades. Pero eso ¿no se llama expediente académico, donde consta cada una de las asignaturas y las notas obtenidas? Incapaces de hacer lo que toca, que es reducir el fracaso escolar, somos maestros en tranquilizar la conciencia con fórmulas como estas, inútiles e impresentables.
