A medida que va avanzando la epidemia por COVID 19 se van vertiendo a la opinión pública tal cantidad de datos no orientados a responder a objetivos claves fijados con anterioridad ni convenientemente tratados que se consigue el efecto contrario al deseable, una radical y total desinformación. Es más, una parte muy importante de las conclusiones que se van consolidando, recogidas sin metodología homogénea, no convenientemente agrupadas y procesadas, pueden llegar a ser absolutamente falsas. Nunca en la historia de las epidemias, tan antiguas como la humanidad, se han tenido tantos datos y tan poca información.
La obtención y el procesamiento de datos epidemiológicos son tareas básicas, imprescindibles para la toma de decisiones en diversos ámbitos de la sociedad, la política, la economía y la salud. En este caso, el único indicador objetivo e incontestable es el de la mortalidad. Si me apuran el de los enfermos muy graves. Para acercarnos a estudios que explican con coherencia lo que se viene observando, sin tener que encajarlo en rompecabezas irreconstruibles tenemos que basarlo en serias estimaciones estadísticas de prestigiosos centros de estudios extranjeros. Los demás, con excepciones, dependen de ratios en la que lo más común es la discrecionalidad del numerador y del denominador o de tasas imprecisas no ajustadas a riesgo, población ni territorio.
Van pasando los días, la sociedad se ha tenido que encerrar al estilo siglo XIX, para evitar los contagios. La sanidad está dedicada en exclusiva al tratamiento de una enfermedad. Los pacientes con más riesgo, los mayores en régimen de internamiento, cuyas bajas se cuenta por miles, están siendo atendidos de forma tardía con pocos recursos, entre el dolor de las familias; con unos profesionales del sector clamando auxilio, asistiéndolos con todas sus energías mientras cargan con el sambenito de villanos con los que les han etiquetado algunos indocumentados insensibles e inhumanos.
Debemos orientarnos ya ha planificar la salida ordenada y sensata de esta situación paralizante, en la que pueden haber influido de una forma determinante, acciones y omisiones más que el propio coronavirus, generando los menos efectos secundarios posibles.
¡Paren! Mediten, razonen, debatan, consensuen, integren las decisiones y establezcan un horizonte de razonable certidumbre que permitan ver la luz al final del túnel. No es un problema de victorias partidistas sino de sentido común, de autocrítica, de sensibilidad y de proporcionalidad. El SARS Cov 2 está consiguiendo que nos volvamos totalmente locos. Uno tiene la sensación de que estamos matando moscas a cañonazos. Si seguimos orientándolo hacia el triunfo de unos contra otros, vamos a ir de victoria en victoria hasta la derrota final, como diría el ingenioso Groucho Marx.
Nadie dice que sea fácil para la razón tomar decisiones sensatas con centenares de muertos diarios es el escenario, pero no nos podemos permitir por más tiempo no estimar las consecuencias de actuaciones controvertidas y de legislar pensando en el prime time, en el segundo de gloria del telediario. Las medidas a tomar, el nivel de confinamiento y su duración nada tienen que ver, como en ocasiones está pareciendo con las alianzas políticas.
Como tampoco resulta facilitador ni operativo un formato de gobierno asambleario y multitudinario más pendiente de protagonismos personales y ajustes de cuentas que del interés general.
Donde estaremos que seguimos con el soporte de los presupuestos de Rajoy y Ribera sin que ninguno de los dos haya sobrevivido. Que el gasto corriente de los entes locales se podrá contener con las reservas de la Ley Montoro que tampoco está.
Donde habremos llegado cuando observamos que Hacienda y aduanas puedan haber contribuido al retraso de la llegada del material de aislamiento. O que para que Catalunya vuelva a funcionar haya tenido que coincidir con el aislamiento de Torra por temas de salud.
Los efectos secundarios de algunas medidas son mucho más graves que el problema que se quiere arreglar. No queda duda que saldremos de esta, pagando un precio alto. Debemos hacerlo con los resortes para seguir manejando la presencia de un virus que volverá y que debemos aprender a controlar con precisión quirúrgica.
A qué nivel de vodevil habremos llegado en la gestión de la epidemia, que mientras se retiran los permisos a todos los sanitarios para dedicarse a atajar la crisis sanitaria, el govern se felicita en redes de que el portavoz autonómico para la epidemia se vaya de vacaciones, que IB3 haya salido del coma del último quinquenio y hasta se le detecten audiencias o que la propia ministra Montero, en el contexto del panorama, parezca discreta.
Como bien refleja el editorial de Mallorcadiario, el país ha demostrado que está respondiendo con creces al gran sacrificio que se le está demandando desde hace tres semanas y que, presumiblemente, asumirá en futuras prórrogas de la orden de confinamiento y cierre empresarial.
El Gobierno, por su parte, debe estar a la altura de esta respuesta, con sentido de estado y calibrar muy bien los efectos de sus medidas para que el regreso a la normalidad -social y económica- se alcance lo antes y lo mejor posible.
Buen finde.