No son tiempos fáciles y el nerviosismo se apodera de la mayoría, pero no dejan de sorprender los deslices en los que incurren últimamente nuestros políticos con comentarios informales o declaraciones oficiales que tanto juego periodístico dan y que de forma inmediata abren el debate y la especulación sobre su grado de intencionalidad. A veces cuesta creer que se trata simplemente de un desacierto ante tanta trayectoria y currículum acreditado, aunque ya se sabe que todos somos humanos.
Ya queda lejos –por lo rápido que se suceden los acontecimientos– ese comentario –cazado por un micrófono abierto– del presidente Rajoy ante sus socios europeos en el que avanzaba que la reforma laboral le iba a costar una huelga general cuando todavía se desconocía el contenido de la medida. El tiempo le dio la
razón.
Más reciente y quizás más sorprendente (por la experiencia del autor) es el desliz del ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, con aquello de que Argentina, a raíz de la nacionalización de YPF, se había dado "un tiro en el pie" muy pocos días después de que Felipe Juan Froilán, nieto del Rey, tuviese el accidente con la escopeta que ya conocemos. Él mismo –además de apelar a su condición monárquica– tachó de "desafortunada" la metáfora utilizada . Y le creo, sin ninguna duda, de la misma forma que todos sabemos que fue totalmente intencionado el símil de la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, entre la curva de desinversión de YPF y la trompa del elefante... Demasiado fácil.
El desliz que todavía soy incapacidad de calificar es el protagonizado por la ya ex interventora general de Baleares al asegurar que el Govern de Bauzá y el Gobierno central (concretamente, Elena Salgado, entonces vicepresidenta y responsable de Economía con el Ejecutivo socialista) habían pactado reconocer una deuda pendiente menor de la real. ¿Fue un error? Y en el caso de ser así ¿lo fue la información o hacerla pública? ¿Fue mentira o una falsedad? Y en el caso de ser así ¿qué explicación tiene? La reacción no fue inmediata pero sí contundente –la destitución–, aunque no lo suficientemente esclarecedora como para evitar en el futuro cualquier duda sobre las cuentas públicas. Y no puedo dejar de preguntarme si para la opinión pública es peor que se maquillen o que se sepa.