Con los ERTE no basta

Muchas personas pueden creer en la ecuación negocio igual a beneficios; creen que cuando uno tiene una empresa tiene una máquina de fabricar billetes de curso legal. Seguro que estos negocios existen, de hecho los hay, pero no todos son así. Me atrevería incluso a decir que ni tan siquiera la mayoría. Suelen ser grandes empresas las que pueden presumir de cuentas de resultados en positivo y negocios con buena salud que muestran su músculo. La realidad del tejido productivo de nuestro país se compone de un 99,8 por ciento de autónomos, pequeñas y medianas empresas que rara vez pueden presumir de forrar las paredes con dinero. Nuestras pymes son como amasadoras que mezclan distintos ingredientes para intentar sacar un buen producto. En algún amasado sobra algo de pasta, pero en muchas ocasiones la masa sale justa. Cuando llegan momentos difíciles como los actuales, donde vamos justos de ingredientes, ¡la pasta no da!

Los ERTES han sido un instrumento legal de desahogo para que empresas y trabajadores sobrevivieran ante la situación caótica en la que nos hemos visto súbitamente inmersos. En otras palabras, son unas ayudas que permiten, por un lado, que las empresas que no han reanudado su actividad, o las que han sufrido y siguen sufriendo restricciones, puedan prescindir temporalmente de algunos miembros de su plantilla sin perderlos. En cualquier caso, este apoyo institucional no es gratis: las empresas no pagan el salario de los empleados que no se incorporan, pero sí abonan una parte de su seguridad social.

En mi opinión, el equipo humano es el activo más preciado de una empresa. Los conocimientos y la profesionalidad de los empleados marcan la diferencia entre unos negocios y otros. Un equipo es como un puzzle: cuando encuentras la piezas que encajan, te desespera deshacerlo. Los salarios suelen ser el porcentaje más importante en el capítulo de gastos, pero no el único. En Baleares, hace ya años que se nos disparó el precio de uno de los ingredientes esenciales para el amasado, el alquiler.

En este aspecto, nuestros políticos han abandonado a los empresarios a su suerte; estos últimos han tenido que enfrentarse a los propietarios de sus locales, quedando en manos de su buena fe. La pregunta es sencilla: ¿cómo puede una empresa pagar el 100% del alquiler con una limitación de actividad del 50%? Por otro lado, y poniéndome en la piel de propietarios de locales, ¿qué culpa tienen ellos cuando tal vez esa renta sea su único ingreso?

Recordar a nuestros dirigentes de no caer en el error de defender que los créditos son ayudas; son deuda que añade más peso cuando uno ya está con el agua al cuello.

El problema lo tenemos en una clase política que sigue discutiendo si fue primero el huevo o la gallina. Mientras nuestros dirigentes no entiendan que las empresas son el primer eslabón, seguiremos teniendo un gran problema. Es totalmente cierto que sin trabajadores no hay empresa que produzca, pero sin empresas, por muchos trabajadores que tengamos, no elaboramos masa alguna.

En mi opinión, están tan equivocados que incluso la redacción de algún párrafo del último Decreto está al revés (Real Decreto-ley 30/2020, de 29 de septiembre). Dice así: “El propósito, por tanto, de este Real Decreto-ley es defender el empleo y garantizar la viabilidad futura de las empresas cubriendo diferentes objetivos”. A mi entender, debería rezar así: “El propósito, por tanto, de este Real Decreto-ley es defender la viabilidad futura de las empresas para garantizar el empleo cubriendo diferentes objetivos”.

No es un simple error de redacción sin consecuencias; es una manera de gobernar, de dirigir, de gestionar un país que, de momento, nos ha llevado a encabezar la lista de la peor gestión a nivel mundial, de ser cuestionados por el mundo entero. Pero no crean ustedes que un cambio de bancada traería la solución. La de enfrente, que recordemos que se acaba de marchar, no hizo nada por cambiar viejos hábitos inasumibles, y tampoco demuestra ahora conocimientos de una solución viable.

En ocasiones, me cuestiono cómo puede ser que no consigan encontrar otro tipo de ayudas, tal vez intersectoriales, que beneficien a toda la cadena productiva, e incluso incentiven y beneficien el consumo del producto local.

La realidad es que, con semejantes restricciones, con los ERTE no basta. En Mallorca decimos que “una flor no fa estiu”. Pero juzguen ustedes mismos: ¡quizás yo no lo he entendido bien!.

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