Conviene no perder nunca de vista que quienes tenemos la suerte de disfrutar de un puesto de trabajo debemos sentirnos muy afortunados. Necesitamos trabajar no solo para contar con los recursos económicos mínimos que nos permitan vivir dignamente, sino también para ser mejores personas y para aportar, cada uno a su modo, un pequeño granito de arena en el seno de nuestra comunidad. Estamos aquí por algo y todos tenemos aptitudes que merece la pena poner al servicio de los demás. Y no olvidemos que el derecho al trabajo es una de las bases sobre las que se asienta jurídicamente el modelo laboral de nuestra Constitución y aparece configurado como un derecho "dinámico", en la medida que no solo se reconoce formalmente sino que los Poderes Públicos tienen el deber de promover su realización efectiva. Todos tenemos derecho a trabajar, a elegir libremente el trabajo que podemos realizar, a hacerlo en condiciones equitativas y satisfactorias, sin ningún tipo de discriminación y, en caso de no encontrar trabajo, tenemos derecho a la protección por desempleo.
No obstante, también debemos tener presente que trabajar es también un deber y una obligación. Lo es para con uno mismo, en todo lo que tiene que ver con la realización y desarrollo personal y profesional; también lo es respecto a los más próximos a nosotros, por cuanto las unidades familiares se forman y crecen en torno a un ambiente laboral satisfactorio; sin olvidar que también cumplimos con nuestro deber para con las personas directamente afectadas por nuestra labor profesional, beneficiarias de nuestro esfuerzo; y en última instancia, al trabajar cumplimos con la entidad, institución o empresa que me da la oportunidad para participar en su proyecto y con la comunidad en general.
Partiendo de esa base, luego cada uno debe evaluar lo que considera encontrar (si es posible) un buen trabajo. Hay quien piensa que el mejor trabajo es, sencillamente, el mejor pagado; los hay quienes, decididamente, se dedican a aquello que les reporta una determinada cuota de poder y reconocimiento social; también hay quien nunca ha tenido realmente claro qué le gusta, por lo que acaba echando horas no teniendo muy claro ni el cómo ni el para qué. Lógico. En cualquier caso, sea cual fuere la finalidad, cualquiera que sea la meta perseguida, resulta clave que aquello que viene a ocupar gran parte de nuestro tiempo, de nuestro día a día, eso en lo que invertimos gran parte de nuestra vida, nos apasione. Podremos ser emprendedores, trabajar formando equipo en una empresa, gestionar una familia, trabajar como funcionario público, empleado de banca, futbolista, pintor o agente de cambio y bolsa. Eso es lo de menos. Lo que debemos tener claro es que solo cuando algo nos apasiona somos capaces de dar lo máximo sin escatimar esfuerzos.
Eso sí, cuando lo damos todo, cuando nos exprimimos al máximo, cuando cumplimos con nuestro cometido, ¡cómo necesitamos unas buenas vacaciones y qué beneficiosas son para nuestra salud física y mental! Y es que, del mismo modo que necesitamos trabajar, también se antoja imprescindible gozar de un mínimo periodo de desconexión. Esa sensación de paz, de estar uno a gusto consigo mismo, con cuanto te rodea y con el universo en general, que puede experimentarse mientras lees un libro, mientras haces algo de deporte, durante cualquier sobremesa estival o mientras percibes que vas a disfrutar de una reparadora siesta, no tiene precio. Uno de los mayores placeres de la vida, que sueño cada invierno y pongo en práctica cada verano, lo encuentro adentrándome lentamente en las cristalinas aguas de cualquiera de nuestras maravillosas playas en Illes Balears, mirar al horizonte, respirar profundamente, produciéndose una suerte de ruptura espacio temporal difícil de explicar, para acabar saliendo relajadamente en busca de una bebida bien fría, casi congelada. Algo muy tonto, pueden pensar, pero maravilloso.
Así que, llegados a este punto, no puedo más que rendirme a la evidencia. Se ha cerrado el círculo y nuestro cerebro no sabe como recordarnos lo que es un secreto a voces. Sin ir más lejos, aquí estoy, escribiendo estas líneas que podrían resumirse de manera tan sencilla como contundente. Espero volvamos a vernos pronto, tras unas más que necesarias y creo que merecidas vacaciones. Solo así podemos asegurar que regresaremos con fuerzas renovadas y con ganas de seguir comiéndonos el mundo. Ya lo dijo el genio humanista Leonardo da Vinci: “De vez en cuando desaparece, tómate un pequeño descanso, para que cuando vuelvas a tu trabajo tu juicio sea más acertado. Toma cierta distancia, porque así el trabajo parece más pequeño, la mayor parte se puede asimilar en un abrir y cerrar de ojos, y la falta de armonía y la proporción es más fácil de ver".