En medio de una de las mayores tormentas económicas y sociales que se recuerdan, el PSOE dijo ayer que quiere conocer, uno a uno, todos los nombres de los 800 despedidos de las empresas públicas del Govern. Los socialistas sospechan que esta decisión pueda esconder una purga política, en la que todos los que tienen que ver con su partido acaben en la calle. Ya sabemos cómo se las gastan estos 'peperos'. A mí, por supuesto, me parece vergonzoso que quien tiene simpatías socialistas sufra en sus carnes un despido que se pueda vincular a sus pensamientos; no es admisible, no es tolerable. No debería ocurrir. Sin embargo, todo esto puede convertirse en un espectáculo de lo más irreal. En atención a la postura de la izquierda, que ya digo que no me parece mal, ¿excluimos a los trabajadores que se confiesen de izquierdas y despedimos a los de derechas? Habría que ver cómo será la próxima Junta del PP si, además de no colocar a tantos como hay, encima se despide a los que ya habían entrado. Sí, también es razonable que no sean del PP los que se vayan a la calle. Entonces, se abre otra opción: descartamos a los de izquierdas y a los de derechas, y concentramos nuestros despidos en los que no tienen ideología. “Oiga, usted, a ver qué pegatina tiene en el coche”, y si sólo aparece la lengua de los Rolling Stones, ahí mismo lo ponemos de patitas en la calle. Habrán de crear el partido sin ideas, al que se pueden afiliar todos los que no sean de unos ni de otros. No, tampoco parece serio. ¿Hacemos un sorteo? ¿Los elegimos al azar? ¿Lo hacemos según lo que contamine su coche? ¿Les hacemos hacer una carrera y los últimos, castigados con el despido? Esto empieza a adquirir un aire muy chusco y, sobre todo, revela cómo está la empresa pública: ni siquiera hay un informe políticamente independiente que diga qué produce cada uno, qué rendimiento da, qué utilidad tiene. No hay ni un dato que no esté políticamente infectado. Al final, también en el momento de despedir, esto será un desfile de carnets políticos.
